El obstáculo

Por el sendero misterioso, recamado en sus bordes de exquisitas plantas en flor y alumbrado blandamente por los fulgores de la tarde, iba ella, vestida de verde pálido, verde caña, con suaves reflejos de plata, que sentaba incomparablemente a su delicada y extraña belleza rubia.

Volvió los ojos, me miró larga y hondamente y me hizo con la diestra signo de que la siguiera.

Eché a andar con paso anhelado; pero de entre los árboles de un soto espeso surgió un hombre joven, de facciones duras, de ojos acerados, de labios imperiosos.

-No pasarás -me dijo, y puesto en medio del sendero abrió los brazos en cruz.

-Sí pasaré -respondile resueltamente y avancé; pero al llegar a él vi que permanecía inmóvil y torvo.

-¡Abre camino! -exclamé.

No respondió.

Entonces, impaciente, le empujé con fuerza. No se movió.

Lleno de cólera al pensar que la Amada se alejaba, agachando la cabeza embestí a aquel hombre con vigor acrecido por la desesperación; mas él se puso en guardia y, con un golpe certero, me echó a rodar a tres metros de distancia.

Me levanté maltrecho y con más furia aún volví al ataque dos, tres, cuatro veces; pero el hombre aquel, cuya apariencia no era de Hércules, pero cuya fuerza sí era brutal, arrojome siempre por tierra, hasta que al fin, molido, deshecho, no pude levantarme.

¡Ella, en tanto, se perdía para siempre!

Aquella mirada reanimó mi esfuerzo e intenté aún agredir a aquel hombre obstinado e impasible, de ojos de acero; pero él me miró a su vez de tal suerte, que me sentí desarmado e impotente.

Entonces una voz interior me dijo:

-¡Todo es inútil; nunca podrás vencerle!

Y comprendí que aquel hombre era mi Destino.

Amado Nervo.
(México 1870-1919)

Anuncio publicitario

Tu destino.

Mañana iré a encontrarme con mi destino. Lo haré sin temor, como corresponde a una persona de coraje. Tomaré el colectivo para dirigirme a la empresa que publicó el aviso de trabajo que tanto necesito, esta vez la suerte estará de mi lado. Me sentaré en uno de los asientos de a uno, junto a la ventanilla, como suelo hacerlo. Me quedaré irremediablemente dormido a pesar de los nervios y la preocupación de pasarme de la dirección donde me debería bajar. Me despertaré algunas veces y trataré, mientras me arreglo el pelo y miro por la ventanilla, no volver a dormitar. No sé si lo lograré.

Llegaré al inmenso edificio, que tendrá un amplio hall de entrada, intimidante. Me anunciaré a la recepcionista, me dirá que aguarde a ser autorizado. Estaré nervioso, inquieto, durante todo el tiempo que dure la espera. Trataré de no arrugar el traje que tanto me costó comprar. Me arreglaré la corbata innumerables veces. La recepcionista me llamará por mi nombre. Me dirá que me dirija al piso catorce y pregunte por el sr. García. Me dirigiré al ascensor con paso decidido. El aroma de diferentes perfumes, lociones, tabaco, sudor que inundarán el reducido espacio me mareará un poco.

El Sr. García me recibirá con un firme apretón de manos. Entraremos a su oficina. Llamará a su secretaria para pedir café. Yo declinaré la oferta amablemente. El Sr. García me pedirá que le entregue mi currículum. Se lo daré. Lo leerá con gesto adusto, haciendo leves movimientos de cabeza. Lo observaré tratando de adivinar sus pensamientos. Él arrojará el currículum sobre el escritorio. Me preguntará por mis estudios, mis experiencias anteriores, mis referencias. Yo trataré de hablar calmadamente, de expresarme con la mayor corrección, sin exaltar demasiado mis condiciones, sin disminuir mis aptitudes.

Se producirá un embarazoso silencio. El Sr. García deliberará acerca de lo conversado. En un momento moverá la cabeza hacia ambos lados. Me dirá que estoy sobre calificado para ese puesto, que no podrá dármelo, que de seguro me buscaré algo acorde con mis aptitudes y renunciaré a los pocos meses. Le aseguraré que no. Me asegurará que sí. Me dirá que lo siente. Le ofreceré rebajar el salario por un tiempo para que lo reconsidere. Me dirá que no es posible ocupar un puesto de trabajo conmigo, que buscan gente más joven para esa posición. No podré soportar semejante humillación, semejante golpe a mi autoestima. Me invitará a retirarme. Me dirá que me tendrá en cuenta para otras búsquedas. Al abandonar la oficina pareceré unos años más viejo.

Saldré del edificio derrotado. Miraré al cielo. Preguntaré porqué debo encontrarme en esa situación después de tantos años. No se dibujará ninguna respuesta en el firmamento. Mis pasos cansados me llevarán hasta el subte. Me pararé en la plataforma, cerca del borde. Veré las luces que se acercan en la oscuridad del túnel. Serán como un poderoso imán que me impulsará a cometer una locura. El desaliento ganará la partida. Me diré que no es justo ser tratado como un desecho humano. Cerraré los ojos y me dejaré llevar. En el último instante pensaré que ya no había futuro posible, que allí se estaría escribiendo la última página en el libro de mi vida, el último capítulo de mi historia personal.

Pensándolo bien, creo que mañana me quedo en casa…

 


Cuantos solemos sacar conclusiones anticipadamente?

Cuantas veces nos dejamos ganar por pensamientos negativos y que la mayoría de las veces nos empujan a tomar decisiones erróneas?

Y sin embargo cuantas veces nos terminamos riendo internamente con inmensa felicidad por el hecho de haber pasado positivamente por alguna prueba que nos imaginábamos que nos iba a jugar muy en contra?

Nadie tiene el de antemano escrito su destino, uno lo va escribiendo a medida de cada pasito que va dando, y si en ellos hay amor, generosidad, respeto, honestidad, buenas acciones y responsabilidad, de seguro será todo lo bueno que algún día de ésos, donde la reflexión y la tristeza nos toca el timbre, estaremos tan agradecidos de haber construido.