El profesor.

El profesor de gimnasia se prestaba a organizar una carrera entre sus adolescentes alumnos, pero antes de dar la voz de largada, cuando ya todos estaban alineados en el punto de partida, les dijo:

«Hoy no sólo vamos a dar un lindo y espectacular premio al ganador, sino que pondremos algunos condicionantes que harán de este evento algo distinto de los que hemos venido haciendo…
A ver, por ejemplo, den dos grandes pasos al frente sólo aquellos que sus padres no estén separados o exista en la familia, tanto una verdadera figura paternal como maternal.»

Casi la mitad de los alumnos dieron los dos pasos al frente, entonces continuó el profesor.

«Ahora dos pasos más quienes además viven en una casa con suficientes y confortables ambientes, bien calefaccionados en invierno y refrigerados en verano.»

Nuevamente muchos de ellos dieron ambos pasos.

«Continuemos con otros dos pasos más quienes jamás hayan tenido que pasar algún día sin poder alimentarse porque no eran suficientes los recursos para la manutención familiar y luego dos más quienes siempre han tenido los abrigos, menesteres o remedios que les haya hecho falta en distintas circunstancias.»

De a poco y con cada condicionamiento la fila se iba desintegrando.

«Pongamos todavía algunos más…» -continuó el profesor- «por ejemplo…»

«…dos pasos quienes además de venir a este colegio estudian otras asignaturas o hacen actividades deportivas o musicales en entidades privadas.»

«También quienes nunca hayan tenido que salir a trabajar para ayudar en los gastos a su familia.»

«Y por último, dos pasos más quienes salen de vacaciones todos los años o tienen periódicamente tiempo para la recreación y el disfrute.»

Ya a esta altura pocos estaban adelante de todo, la mayoría quedaban repartidos en forma bastante despareja y también algunos habían quedado en la línea inicial, sin poder haber dado ningún paso.

Se dirigió entonces el maestro a sus alumnos diciendo:

«¿Se dan cuenta que si largo la carrera en este momento y sin que nadie pueda mirar para atrás, alguno de los que están bien adelante casi seguro la ganará sin darse cuenta que en realidad también la estaban intentando ganar algunos que de por sí… ya estaban en clara desventaja?

¿Y que esa desventaja en realidad no se debe a culpa alguna de parte de ellos, ni mucho menos han hecho algo mal, ni errado o equivocado en algo para padecerla?

Pues les tengo que decir que el premio figurativo al que hice referencia al iniciar esta charla no es otro que el «tener éxito en la vida», el poseer las condiciones para ser feliz, el poder llegar a sentirse realizado por verdaderos y propios méritos y sin tener que hacerse cargo de desventajas ya heredadas.

¿No les parece injusto que existan tantas diferencias en las oportunidades que cada uno de nosotros suele tener en la vida para poder ser simplemente lo que uno quiere o desea ser?

Ahora bien… y por favor, no quiero que con esta lección nadie se sienta culpable, pues les aseguro que ninguno de ustedes lo es. Por todo lo contrario, todos somos víctimas de este sistema social-económico-educativo que viene de siempre y que parece que no vamos a ser nosotros quienes veamos que algún día cambie. Dicen los que más saben que la naturaleza es muy sabia y solita se va a encargar de corregirlo… pero no salvando al hombre… sino más bien, salvando al planeta.

Siempre pienso que si de a poco vamos reflexionando al respecto, quizás algún día… y sólo quizás… podamos decir que esos sabios, estaban equivocados.»

(dc)

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El silencio de las sirenas.

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

El silencio de las sirenas
De Franz Kafka

Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

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La pintura es del pintor victoriano Herbert James Draper y se denomina «Ulises y las sirenas». Fue pintada en 1909 y como una gran parte de la obra de Draper, el cuadro es de tema mitológico.

El obstáculo

Por el sendero misterioso, recamado en sus bordes de exquisitas plantas en flor y alumbrado blandamente por los fulgores de la tarde, iba ella, vestida de verde pálido, verde caña, con suaves reflejos de plata, que sentaba incomparablemente a su delicada y extraña belleza rubia.

Volvió los ojos, me miró larga y hondamente y me hizo con la diestra signo de que la siguiera.

Eché a andar con paso anhelado; pero de entre los árboles de un soto espeso surgió un hombre joven, de facciones duras, de ojos acerados, de labios imperiosos.

-No pasarás -me dijo, y puesto en medio del sendero abrió los brazos en cruz.

-Sí pasaré -respondile resueltamente y avancé; pero al llegar a él vi que permanecía inmóvil y torvo.

-¡Abre camino! -exclamé.

No respondió.

Entonces, impaciente, le empujé con fuerza. No se movió.

Lleno de cólera al pensar que la Amada se alejaba, agachando la cabeza embestí a aquel hombre con vigor acrecido por la desesperación; mas él se puso en guardia y, con un golpe certero, me echó a rodar a tres metros de distancia.

Me levanté maltrecho y con más furia aún volví al ataque dos, tres, cuatro veces; pero el hombre aquel, cuya apariencia no era de Hércules, pero cuya fuerza sí era brutal, arrojome siempre por tierra, hasta que al fin, molido, deshecho, no pude levantarme.

¡Ella, en tanto, se perdía para siempre!

Aquella mirada reanimó mi esfuerzo e intenté aún agredir a aquel hombre obstinado e impasible, de ojos de acero; pero él me miró a su vez de tal suerte, que me sentí desarmado e impotente.

Entonces una voz interior me dijo:

-¡Todo es inútil; nunca podrás vencerle!

Y comprendí que aquel hombre era mi Destino.

Amado Nervo.
(México 1870-1919)

No te enamores

No te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de una mujer que escribe…
No te enamores de una mujer culta, maga, delirante, loca.
No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma.
No te enamores de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en espíritu su carne; y mucho menos de una que ame la poesía (esas son las más peligrosas), o que se quede media hora contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música.
No te enamores de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y vertigue un inmenso horror por las injusticias.Una a la que le gusten los juegos de fútbol y de pelota y no le guste para nada ver televisión. Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su cara y de su cuerpo.
No te enamores de una mujer intensa, lúdica y lúcida e irreverente.
No quieras enamorarte de una mujer así.
Porque cuando te enamoras de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te ame ella o no, de ella, de una mujer así, JAMÁS se regresa.

Martha Rivera-Garrido.

Poeta, narradora, ensayista, investigadora y articulista de opinión nacida en Santo Domingo, República Dominicana, un 19 de enero del 1960. Es biznieta del gran poeta dominicano Gastón Fernando Deligne.

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La pintura es de Vladimir Volegov, nacido en Jabárovsk, Rusia, un 19 de diciembre de 1957. Es un artista visual polifacético actualmente residente en España.

Un día de éstos…

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.

Después de la ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.

– Papá.
– Qué
– Dice el alcalde que si le sacas una muela.
– Dile que no estoy aquí.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.

– Dice que sí estás porque te está oyendo.

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:

– Mejor.

Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.

– Papá.
– Qué.

Aún no había cambiado de expresión.

– Dice que si no le sacas la mela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.

– Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:

– Siéntese.
– Buenos días —dijo el alcalde.
– Buenos —dijo el dentista.

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.
Don Aurelio Escovar le movió la cabeza hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una presión cautelosa de los dedos.

– Tiene que ser sin anestesia —dijo.
– ¿Por qué?
– Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

– Esta bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, mas bien con una marga ternura, dijo:

– Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

– Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose. «Acuéstese —dijo— y haga buches de agua de sal.» El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.

– Me pasa la cuenta -dijo.
– ¿A usted o al municipio?

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:

– Es la misma vaina.
Gabriel García Márquez.
(De Los funerales de la Mama Grande)
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Cuanto quiere decir un autor ?
Mucho más de las pocas palabras que escribe…

«dentista sin título…»
Significa que no terminó sus estudios probablemente porque no tuvo el dinero, pero sabemos que el es muy bueno porque el alcalde acude a él, además suelen ir a verlo personas ricas, pues trabaja con dentaduras con dientes de oro, y hace referencia a las precauciones que toma con el intrumental, que si bien lo describe muy modesto, refleja mucha profesionallidad.

«como una mirada de los sordos…»
Hace ver que el protagonista no piensa en lo que hace, muchas personas que sufren no tienen muchas reacciones, como los sordos. También, los «sin esperanza» hacen la misma cosa. Deja muy en claro que el dentista está triste y se mueve casi sin esperanza.

Vió dos gallinazos ( caranchos ), aves carroneras si las hay, que comen a las cosas muertas, las víctimas. Será simbólico ?, de un gobierno que se aprovecha de las víctimas de sus propias acciones. Las trae a primera escena en el mismo tiempo que se presenta el alcalde a su puerta.

El alcalde amenza al dentista cuando dice que va a pegar un tiro si no saca la muela… «todo dicho.»

Al abrir el cajón donde está el arma ejemplifica a un pueblo totalmente indefenso y desahuciado.

«el alcalde afirmo los talones» «sin anestesia»
Habla de un personaje que evidentemente tiene valentía y enfrenta sin problemas al miedo, sólo con estas condiciones se puede ser poderoso y malvado.

Por que el alcalde saca la muela sin anestesia ?

No será que el pueblo de alguna manera quiere, aunque sea, un poco de venganza ?

– venganza por un gobierno corrupto,
– venganza por un gobierno que no se ocupa de lo que se tiene que ocupar.

El dentista se aprovecha de alguna manera de la oportunidad de lastimar al alcalde, por todo el dolor que el mismo le causó al pueblo.

«es la misma vaina»… genial !!!

Donde está esa turbia línea que divide el dinero que es del pueblo y el de los gobernantes ?

Con el «séquese las lágrimas», connota que el pueblo siempre es bueno y perdona todo.

Finalmente :

– los huevos son el futuro del corrupción.
– la araña es el gobierno.
– los insectos atrapados en la telaraña son el pueblo.

Gabriel José García Márquez nació en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927 y siendo muy niño fue dejado al cuidado de sus abuelos maternos.
El 11 de diciembre de 1982, después de que por votación unánime de los 18 miembros de la Academia Sueca, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Sé como el agua.

3 cualidades del agua según el Tao que todos deberíamos conocer.

«Sé como el agua. Amigo mío, sé como el agua que corre y nunca se estanca, sigue fluyendo”.

Este conocido comentario de Bruce Lee sobre el proceso de su autorrealización resume en realidad una de las tres cualidades del agua según el Tao, extraído de la poesía de Lao-Tse. La sabiduría contenida en este texto es toda una inspiración en estos tiempos actuales.

Hace más de 10 años que el celebre filósofo Zygmunt Bauman nos trajo el concepto de sociedad líquida. Con ello, definía a una modernidad de valores volubles, de modelos y estructuras sociales cambiantes y de realidades marcadas por la incertidumbre. Ante este panorama tan fluctuante, donde es muy difícil atenerse a algo, lo único verdaderamente sólido son nuestros miedos, lo cual constituye toda una paradoja.

Vivimos en un mundo donde pocas cosas se caracterizan por la estabilidad. Se nos exige presteza y flexibilidad para adaptarnos a cada cambio, a los giros laborales, a los cambios políticos, a nuevas exigencias sociales, a las variaciones en nuestras formas de relacionarnos. En medio de estas dinámicas es comprensible experimentar cierta inquietud e inseguridad. Por ello, referencias intelectuales del mundo oriental como Raymond Tang, conferenciante y profesor de la Universidad de Guangzhou, nos animan a conocer un poco más la filosofía del tao.

Dentro de este marco, se nos enseña a mantener la calma en medio del caos. A obtener templanza y seguridad en medio de esta incertidumbre líquida.

Cualidades del agua según el Tao:

1 – La humildad

La primera de las cualidades del agua según el Tao es la humildad. Es posible que en un primer momento nos resulte un poco complicado establecer alguna relación entre esta dimensión psicológica y cualquier escenario acuático. Sin embargo, la tiene y es realmente inspirador. El agua que fluye por un río en calma, en placidez y en armonía nutre la naturaleza.

Cuando su nivel es normal llega a las orillas, alimenta a los animales y favorece ese equilibrio idóneo para que todo funcione. Ahora bien, cuando el río se vuelve arrogante y trae mayor caudal todo cambia. La fuerza de su torrente provoca estragos. Arrastra la tierra, destruye entornos y afecta a todos los seres vivos.

Debemos integrar esa cualidad del agua caracterizada por la tranquilidad y la humildad. Porque el que sabe bien lo que es y no desea aparentar algo que no es, siempre preferirá la calma a la violencia. Y aunque en ocasiones derive en ella por causas externas, al final vuelve a su cauce. Asimismo, optará en cada momento por esa serenidad donde promover el equilibrio natural.

2 – El agua está atenta a la oportunidad.

Entre cualquier dificultad, siempre existe un rinconcito donde se abre la luz de la oportunidad. No importa lo agitado de nuestro entorno, no importan los cambios, las presiones o ese muro que de improviso se alza ante nosotros para quitarnos el paso. Seamos como el agua. Hallemos esa grieta, esa debilidad ante nuestro oponente o esa dificultad por donde se abre un nuevo camino, una nueva oportunidad.

Entre las cualidades del agua según el Tao está esa donde se nos recuerda lo hábil que puede llegar a ser esta sustancia vital. Cuando algo está restringido o ante ella surge un obstáculo que le impide el paso, no dudará en dos cosas: aplicar una fuerza implacable para recuperar su libertad y hallar el punto más débil de ese muro para vencerlo.

No olvidemos que en cierto modo, el agua es una gran oportunista. Ella nunca duda en cambiar de forma, escenario o posición para seguir avanzando, y siempre que atisba la más mínima opción de abrirse paso por donde desea, lo hará

3 – El cambio, una opción que realizar sin miedo

Pocos elementos son tan inspiradores y tendentes al cambio como el agua. Pensemos en ello: cuando la temperatura es extrema puede convertirse en hielo o en vapor. No dudará tampoco en cambiar de forma dependiendo de donde se halle. Será un vaso si está en su interior, será insignificante si queda contenida en la grieta de una roca, recuperará su inmensidad si vuelve al océano y se convertirá en alimento si un ser vivo está sediento y la necesita.

El agua tiene poder y tiene carácter. Sabe y entiende que nada es tan importante como proceder al cambio si es necesario. Porque el medio ambiente y la naturaleza son hostiles en muchas ocasiones y quien no se adapta, no sobrevive. Asumir estos principios que nos transmite las cualidades del agua según el Tao no solo nos puede inspirar, sino que también nos ayudará de muchos modos.

Albert Ellis, psicoterapeuta conocido por desarrollar la terapia racional emotiva conductual, dijo una vez que hay un monstruo que nos persigue en el día a día. Uno recurrente, que veta por completo nuestra felicidad. Es nuestra eterna idea de que el mundo debe ser fácil. Sabemos que no lo es pero aún así, seguimos sufriendo por cada dificultad, por cada piedra en el camino, por cada cambio no previsto ni imaginado.

Seamos como el agua. Ya nos lo dijo Bruce Lee, pero no nos limitemos a ver estas cualidades del agua según el Tao como una mera y bonita metáfora. Al fin y al cabo también nosotros somos naturaleza. Y la naturaleza, es la expresión misma del Tao.
Extraído y resumido de un artículo de la Dra. en psicología Valeria Sabater en «la mente es maravillosa».
Gracias Valeria.

«In»

Hasta los más grandes se permiten jugar un poco con las palabras…

***
«In»

– Veamos ―dijo el profesor ―¿Alguno de ustedes sabe que es lo contrario de “in”?

– ¡Out! ―respondió prestamente un alumno.

– Bueno, no es obligatorio pensar en inglés. En español, lo contrario de “in” (como prefijo privativo, claro), suele ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.

– Sí, ya sé, profesor: “insensato” y “sensato”, “indócil” y “dócil”, ¿no?

– Parcialmente correcto. No olvide, muchacho, que lo contrario del invierno no es el vierno, sino el verano.

– No se burle, profesor…

– Vamos a ver… ¿Sería Ud. capaz de formar una frase, más o menos coherente, con palabras que si son despojadas del prefijo “in”, no confirman la ortodoxia gramatical?

– Probaré, profesor. “Aquel dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió dulgente, pero dómito. Hizo ventario de las famias, con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento.»

El profesor admitió sin euforia:

– Sulso, pero pecable.


Mario Benedetti

WhatsApp.

Leído en un chat de whatsApp:

«Hola mi amor, como vas con el trabajo? No le hagas caso al anterior mensaje… Jaja… fue culpa del autocorrector. Te amo, besitos !!!!»

Anterior mensaje:

«Idiota !!! No te soporto más !!!! Y mucho menos a tu imbécil e intolerable creencia que soy bipolar y muy insegura. Morite !!!!»

 

(dc)

El león y los gatos.

Un león se encontró con un grupo de gatos que conversaban. “Voy a comérmelos”, pensó. Pero, extrañamente, empezó a sentirse más tranquilo. Y decidió sentarse con ellos y prestar atención a lo que decían.

–Mi buen Dios –dijo uno de los gatos, sin darse cuenta de la presencia del león–. ¡Hemos orado toda la tarde! ¡Hemos pedido que lluevan ratones del cielo!

–¡Y, hasta ahora, ¡no ha pasado nada! –dijo otro–. ¿Será que el Señor no existe?

El cielo permaneció mudo. Y los gatos perdieron la fe.

El león se levantó y siguió su camino pensando:

“Hay que ver lo que son las cosas. Yo iba a matar a estos animales cuando Dios me lo impidió. Y, sin embargo, ellos han dejado de creer en la Gracia Divina: estaban tan preocupados por lo que les faltaba que no repararon en la protección que recibían”.

P.C.

 

Decidí triunfar.

Solo una actitud positiva ante todos los retos que como adultos tendremos que enfrentar en la vida, nos permitirá salir adelante en forma exitosa.

Decidí triunfar.

«Y así después de esperar tanto, un dí­a como cualquier otro decidí­ triunfar. Decidí no esperar a las oportunidades sino yo mismo buscarlas, decidí­ ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución, decidí­ ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis, decidí­ ver cada noche como un misterio a resolver, decidí­ ver cada dí­a como una nueva oportunidad de ser feliz. Aquel día descubrí­ que mi único rival no eran más que mis propias debilidades, y que en éstas, está la única y mejor forma de superarnos.

Aquel día dejé de temer a perder y empecé a temer a no ganar, descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fuí. Me dejó de importar quién ganara o perdiera, ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difí­cil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir. Aprendí­ que el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien ‘Amigo’. Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento, ‘el amor es una filosofía de vida’.

Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente. Aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

Aquel día decidí­ cambiar tantas cosas.
Aquel dí­a aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad y desde aquel día ya no duermo para descansar, ahora simplemente duermo para poder soñar…»

Walt Disney.

Esta vida…

«Esta vida me ha enseñado que no hay que insistir sobre la belleza de las tierras, de las criaturas, ni de las cosas. Que debería uno tener el valor estético de ser siempre y en todo viajero, sólo viajero, porque al final el mejor recuerdo es el de aquello que no se tuvo nunca, y los ojos más bellos fueron los ojos que en una madrugada lívida vimos desde nuestro vagón de ferrocarril, en la ventanilla de otro tren que se cruzaba irremisiblemente con el nuestro.»

César González Ruano.
(Madrid, 1903-1965)

Un llamado a la solidaridad.

Se encuentra perdido desde hace varios años y no lo podemos encontrar.

Él se debería encontrar casi en forma continua en el gobierno de la Nación, aunque también debería estar por el Congreso Nacional, Gobernaciones Provinciales, Municipalidades y en toda entidad gubernamental.

Pero no hay caso, en ninguna de ellas lo encontramos. No podemos saber si sólo está escondido, si se fue de una vez y para siempre o simplemente y por desgracia ha muerto.

Por ello este desesperado llamado, queremos encontrarlo, lo necesitamos más que nunca; sin él va a ser imposible recuperar el futuro, la alegría, la paz y la tranquilidad.

No dejemos de buscarlo, por favor, tenemos y debemos encontrarlo.

Los que muy bien lo conocemos, lo llamamos «Ejemplo».


(dc)

La Prueba

Que difícil se nos hace algunas veces darnos cuenta de lo que tan naturalmente estamos haciendo…

La Prueba.

“Sólo cuando sea derribado tendrás a mi hija”, había dicho el brujo.

El hachero miró el tallo fino del árbol y sonrió con suficiencia. Un primer hachazo, formidable, marcó levemente el tronco. Otro, en el mismo lugar, apenas profundizó la herida. Bien entrada la noche, el hachero cayó exhausto.

Descansó hasta el amanecer y hachó toda la jornada siguiente. Así día tras día. La herida se iba profundizando pero, a la par, el tronco engrosaba. Pasó el tiempo y el árbol se volvió frondoso; la muchacha perdió juventud y belleza.

El hachero, a veces, alzaba los ojos al cielo. No sabía que el brujo conjuraba los vendavales, desviaba los rayos y alejaba las plagas que carcomen la madera. La muchacha encaneció y él seguía hachando. Ya casi no pensaba en ella.

Poco a poco, la olvidó del todo. El día en que la muchacha murió no le pareció distinto de los anteriores. Ahora, ya viejo, sigue su pelea contra el tronco descomunal. No se le ocurre otra cosa: el silencio del hacha le produciría terror.»

Raúl Brasca.
(Argentino, 1948)

Qué tan rápido te darás cuenta…?

Un padre y su hijo viajaban en coche y desafortunadamente tienen un accidente gravísimo. El padre muere instantáneamente y al hijo lo llevan urgente al hospital para practicarle una complejísima operación.

Mientras llaman a la mayor eminencia médica de la ciudad para que efectúe dicha cirugía, pero cuando llega al quirófano dice: «Uy Dios mío!!! No lo voy a poder operar… Es mi hijo.»

¿Cómo puede ser?





Que tan rápido te diste cuenta?

Pues mientras que algunas personas tienen la respuesta inmediata, otros muchos son incapaces de resolver la pregunta que aquí se plantea.
Como nuestro cerebro, educado a base de dogmas machistas, no reconoce de inmediato que la eminencia médica puede ser una mujer, nos planteamos todo tipo de posibles escenarios con tal de no relacionar que su propia madre pueda ser una gran profesional de la medicina.

El mecanismo cerebral que nos empuja a sabernos seres con prejuicios se denomina parcialidad inconsciente o implícita. Se trata, según la BBC, de relaciones que tienen origen cultural y si no las frenamos reeducándonos, nos acompañarán toda la vida.

Nuestro inconsciente infantil se nutre de las situaciones que tenemos a nuestro alrededor, estableciendo conexiones entre distintos conceptos asumidos, como que una eminencia médica solamente puede ser un hombre.

Sólo quizás…

Quizás algún día te pueda preguntar…

¿Cuántas veces me has hecho esa misma pregunta?
¿Cuántas veces te he contestado que «Sí, me siento bien…»?
¿Cuántas veces pude agradecerte con mi silencio el que me hagas sentir que nunca hayas creído en mi respuesta?
¿Cuántas veces pude hacerte sentir con mis espacios, que te necesito como al aire, te amo con el alma y me haces tan feliz?

Sólo quizás…

(dc)

Una historia repetida. ..

Un peso extra sentía esa mañana, una molestia extraña, pero recurrente, volvía hacerse presente. Quizás la misma angustia de otras veces pero es que esta vez lo había encontrado cansado, por no decir agotado, ya creía que se habrían acumulado muchas injusticias.
Debería ir a trabajar como todos los días, al mismo y hasta ¿por qué no? muy querido lugar, donde gracias a muchos años de esfuerzo, estudios y un verdadero compromiso, lo hacían quererlo y conocer mejor que nadie las tareas que allí se realizaban.

Sin embargo hoy no era igual, tendría una nueva jefatura , un político más, quizás igual a muchos de los que ya habían pasado, pero la pequeña charla tenida el día anterior cuando se lo presentaron lo habían inundado de inquietudes; pues había podido notar que no sólo «no era conocedor» de los temas que debería dirigir, sino que había notado una total falta de humildad en sus actitudes, y para peor, una desesperada intención de demostrar y hasta lo había hecho en forma un poca irrespetuosa, que cómo ahora iba a estar él, todo iba a cambiar para bien…

Toda la tarde se había estado preguntando: ¿donde estaría todo lo mal que venía haciendo? Si todas las tareas que llegaban a sus manos se realizaban en tiempo y forma, y las que no, iban quedando absolutamente siempre pendientes por problemas de falta de recursos o de intervención de terceros. Pensaba que para colmo ahora y como hecho contraproducente, se tendría que afrontar el costo de mantener en el área un puesto directivo, con todo lo que ello conlleva. Mucho menos podía entender los cambios al que se habría hecho referencia, si hacía muy pocos días atrás lo habían felicitado por cómo venía llevando adelante al sector, es más, hasta creía estar convencido de la existencia de una fluida y cordial comunicación con sus directivos superiores.

Aunque en realidad… todo estaba claro, sabía que el nuevo director independientemente de los rumores que ya circulaban por toda la empresa de que habría tenido problemas con la justicia en empleos anteriores, era muy amigo de uno de los más altos funcionarios, y encima ya se venía maquinando que no sólo iban a tener que soportar su soberbia y falta de conocimiento, sino que deberían llevar a cabo, además de todas las tareas que ya venían realizando, una mucho más compleja: tratarlo con delicadeza por temor de perder el tan imprescindible empleo.

Buscaba sin embargo y casi desesperadamente aunque sea un muy pequeño motivo que le permita aceptar que esta nueva incorporación no sólo estaría colmado de injustas «atribuciones», sino que, a sabiendas de todo el esfuerzo que venía realizando para que le aumenten un poco más su sueldo, el recién llegado recibiría más del doble que su paga.

Se miró nuevamente al espejo, buscaba responsables, soluciones, respuestas…

Repasaba las tareas que se deberían finalizar, las que habría que retomar, los informes a los cuales se tendrían que dar curso, las capacitaciones a punto de concluir para todos los integrantes del sector; intentaba encontrar las palabras que debería usar para no romper el buen diálogo desde el primer día con su nuevo director, imaginar cómo serían sus reacciones y cuantificar todo el mal que le harían… cuando empezó a notar mareos, malestar general, dolor en el pecho y …

… nunca pudo enterarse que al no estar él, quien sería su nuevo director no pudo hacerse cargo del área porque hubo que buscar a alguien capacitado que lo hiciera, que nadie supo que fue de este señor que a raíz del triste desenlace terminó hasta discutiendo con su benefactor «amigo», ni que por la indiferente e impune decisión de funcionarios que no saben hace bien sus tareas, no iba a poder terminar siquiera todo lo que con tanto amor y dedicación había iniciado, mucho menos… disfrutar la vida.

(dc)

El mago y el rey.

Este cuento, en realidad en algo un poco parecido, lo leí en uno de los libros de Jorge Bucay, y si bien me gustó la idea, no tanto lo fue la redacción y mucho menos el desenlace, por lo que me propuse cambiarlo a mi gusto… que para nada significa que lo haya mejorado, es más, muy probablemente haya hecho todo lo contrario, pero… éste soy yo…

****

«Muchas veces con los enemigos no se puede hacer otra cosa que aprender…»

Había una vez, en un reino muy lejano y un tanto perdido, un rey al que no había nada que lo hiciera tan feliz como el sentirse poderoso. Para ello no le bastaba con tenerlo todo, él necesitaba irremediablemente que todos lo admiraran y que lo hicieran sentir en todo momento que no existía en el reino nadie que lo pudiera superar en inteligencia, cultura o conocimientos.

Era muy común que en su entorno más cercano, tanto cortesanos como sirvientes lo alabaran por sus dotes, pero el Rey muy bien sabía que existía un anciano mago en el pueblo que no sólo era muy sabio, sino que se decía que podía algo que muy, pero muy pocos podían… y era conocer el futuro.

Continuos desvelos le provocaba al Rey la existencia de este hombre, pues se decía de él que era tanta su generosidad como la bondad en cada una de sus acciones, que el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que el destino haya querido que viviera allí con ellos.

De su alteza no se decía lo mismo, quizás por su soberbia o por esa disimulada inseguridad que lo hacía demostrar en todos sus actos su poderío, no era exactamente lo que se dice un rey justo, ecuánime, ni mucho menos bondadoso.

Un día, cansado de no sentirse líder de su reinado, de que le siguieran llegando rumores de lo grandioso, sabio y querido que era el «mago» del reino, y motivado por esa mezcla de celos y temores que le generaba una terrible envidia, se le ocurrió un maléfico plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría a todo el reino, especialmente al mago, para luego de la cena pedir la atención de todos y llamarlo para que vaya al centro del salón y delante de todos, preguntarle si era cierto que podía ver el futuro.

El destacado invitado tendría dos posibilidades, decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama.

Como el rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad, le pediría entonces que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta y sin importar cual fuera, en ese mismo momento planeaba sacar su espada y matarlo. De esta manera conseguiría dos cosas de un solo golpe, la primera, deshacerse de su enemigo para siempre y la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, ya que se había equivocado en su predicción. Se acabaría en una sola noche sus dos pesadillas, el mago y el mito de sus poderes…

Los preparativos se iniciaron enseguida, muy pronto llegó el día del festejo y tal como había sido planeado, después de la gran cena el rey hizo pasar al mago al centro del salón más grande del castillo y le preguntó:

– Han llegado a mis oídos que sos vidente. ¿Es cierto que puedes leer el futuro?

– Algunas premoniciones suelen venir a mi mente -dijo el mago-

– ¿Y serías capaz de ver tu propio futuro? -le preguntó el rey-

– Muy a mi pesar, puedo. -contestó el mago-

– Entonces quisiéramos que nos des una prueba -dijo el rey- ¿Dinos cuál es la fecha de tu muerte?

El mago se sonrió, miró a los ojos al Rey y optó por hacer silencio.

– ¿Qué le pasa mago? – dijo sonriente el rey y con un tono sobrador – ¿Acaso no lo sabe? ¿no es cierto que puedes ver el futuro?

– No!!! No es éso -dijo el anciano- Quizás esa respuesta no me anime a decírsela, mi Majestad.

– ¿Cómo que no te animas? -le dijo el rey-.Yo soy tu soberano y te ordeno que la digas en voz bien alta para que todos la escuchemos. Es muy importante para el reino poder saber cuando vamos a perder al gran mago del reino. Si lo sabes , pues dilo.

Luego de un tenso silencio en donde todas las miradas se posicionaban en el débil anciano, el mago lo miró y dijo:

– No puedo precisarte la fecha, pero sé que moriré exactamente el día anterior al que tu mueras…

Durante unos instantes el tiempo pareció congelarse y un murmullo corrió por entre todos los invitados. El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las premoniciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio… Jamás hubiera esperado esa respuesta y la verdad, no supo bien que hacer ni decir. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

– Alteza, se ha puesto pálido. ¿Qué le sucede? -preguntó el invitado- Yo todavía tengo mucha vida por delante…

– Me siento mal -contestó el monarca- voy a ir a mi cuarto, te agradezco mucho que hayas venido. Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones…

En realidad al Rey, muy aturdido, no dejaba de darle vueltas en la cabeza una sólo cuestión. ¿Y si al volver, al mago le pasara algo malo camino a su casa? Por ello volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

– Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio, pues por la mañana debo consultarte sobre algunas cuestiones reales.

– ¡Majestad!. Será un gran honor… -dijo el invitado con una reverencia-

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara…

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño, le molestaba terriblemente no poder dejarse de preocupar por la salud del anciano.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado, y si bien nunca había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, en cuánto el mago lo recibió le hizo una pregunta… necesitaba darle cuerpo a su excusa.

El mago, muy sabio él, le dió la respuesta más correcta creativa y justa que pudiera imaginar. No le quedó más remedio que alabar a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara unos dias más, supuestamente, para consultarle otros asuntos… (obviamente, el rey en el fondo sólo quería seguir asegurándose que nada le pasara).

El mago, que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados, aceptó…

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.

Pasaron meses, luego años, y como siempre suele pasar, estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio, así que el rey poco a poco se fue volviendo más intelectual y más justo. Ya no era despótico ni autoritario y dejó de necesitar sentirse poderoso y seguramente por ello mismo dejó de necesitar demostrar su poder.

Había aprendido que la humildad tiene sus ventajas y empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa. Increíblemente su pueblo empezó a amarlo como nunca antes.

Al rey dejó de preocuparle la salud del sabio por su premonición y sí por el gran cariño que ya le tenía. Los contactos del Rey con el mago habían pasado de ser cuestiones del reinado a verdaderas charlas de amigos. Al cabo de unos años y sin querer, su más odiado enemigo se habría convertido en su más increíble sustento de vida.

Sin embargo el rey nunca podía sacarse el peso de recordar el plan que aquella vez había urdido para matarlo. Se había dado cuenta que no podría seguir manteniendo ese secreto sin sentirse un hipócrita, por lo que tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró, le murmuro:

– Hermano mío, tengo algo para contarte que me oprime el pecho.

– Dime -dijo el mago- y alivia tu corazón.

– Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte frente a todos para que tu muerte inesperada desmistificara tu fama de adivino. Te odiaba porque sentía que todos te amaban… Estoy tan avergonzado de ello…

El rey, sin importar las consecuencias de su revelación, suspiró profundamente y continuó:

– Aquella noche, por temor, no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos te siento mi hermano, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho. Hoy he sentido que no podía seguir ocultándote mi infamia. Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies para siempre, pero siento que así debe ser.

El mago, más que sorprendido, orgulloso por los dichos de su rey, y hasta un poco culpable de haber atado su destino al de él, quizás con la intención de tranquilizarlo respecto a la premonición, lo miró y le dijo:

– Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo y me alegra que lo hayas hecho porque me permite decirte que yo ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y acariciaste con la mano el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta ser adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer -el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey-. Como justa devolución a tu sinceridad, debo decirte que yo también pude haber inventado una absurda historia, la de mi muerte antes de la tuya… Quizás el destino quería que recibas una lección. Una lección que recién hoy creo que has aprendido, y quizás la más importante que yo haya enseñado.

Cuando vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros, en realidad odiamos y rechazamos asuntos muy internos en nosotros. Aquellas cosas que nosotros mismos creemos que son despreciables, amenazantes o inútiles, pueden sin embargo terminar siendo muy importantes en nuestras vidas y hasta nos podría costar caro vivir sin ellas. Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes. El rey y el mago se abrazaron entre lágrimas y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentía en esa relación que habían sabido construir juntos…

Cuenta la leyenda que misteriosamente esa misma noche el mago murió sin ningun sufrimiento durante el sueño. El rey, al enterarse de la mala noticia a la mañana siguiente, no pudo más que sentirse desolado y llorar muy sinceramente por la muerte de su amigo.

Ni pensaba, ni estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en este mundo. Estaba triste simplemente por la muerte de su gran amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago, justo la noche anterior de su muerte?

Tal vez, y sólo tal vez, de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después. Un último acto de amor para librarlo de los temores de otros tiempos…

Cuentan que el rey con sus propias manos cavó en el gran jardín florido del Palacio, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago. Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado de su tumba llorando como se llora ante la pérdida de cualquier ser muy querido.

Muy entrada la noche el rey volvió a su habitación y agotado por uno de los días más largos de su vida, se propuso descansar.

Cuenta la leyenda… que esa misma noche… veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía.

Quizás fue casualidad… quizás fue por dolor…

O quizás fue para confirmar la verdadera grandeza que por su humildad, el sabio anciano tenía muy bien guardado dentro de sus más grandes secretos.

(dc)

El paisaje de la realidad.

«Los funcionarios no funcionan.

Los políticos hablan pero no dicen.

Los votantes votan pero no eligen.

Los medios de información desinforman.

Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.

Los jueces condenan a las víctimas.

Los militares están en guerra contra sus compatriotas.

Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos.

Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.

Es más libre el dinero que la gente.

La gente está al servicio de las cosas».

«Los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican el terrorismo de dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el propio Papa de Roma. Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie, se limitan a aplaudir el espectáculo. Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en muchos países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones y las desinversiones, los precios, los impuestos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del sol y la frescura de las lluvias. No se ocupan, en cambio, de las cárceles, ni de las cámaras de tormentos, ni de los campos de concentración, ni de los centros de exterminio, aunque en esos lugares ocurren las inevitables consecuencias de sus actos. Los tecnócratas reivindican el privilegio de la irresponsabilidad:
-Somos neutrales- dicen.»

«El sistema:
Con una mano roba lo que con la otra presta.
Sus víctimas:
Cuanto más pagan, más deben.
Cuanto más reciben, menos tienen.
Cuanto más venden, menos cobran».

Eduardo Galeano, fragmentos de su libro de los abrazos.

Libertad.

Al ver esta foto no sólo sentí un agradable placer visual, sino que se me vino inmediatamente a la mente el concepto de libertad. Me pareció una imagen totalmente representativa, ya que las aves no son libres por el hecho de poder tomar vuelo y estar lejos del hombre, condenándonos de alguna manera a no poder disfrutarlas como debiéramos, lo serían si pudieran volar libremente a cualquier parte y cuando lo quisieran, sin importar cuán cerca estuvieran de nosotros.

Y buscando alguna definición de Libertad que pudiera ilustrar un poco mejor esta publicación, me acordé del siguiente diálogo entre una niña y su pediatra:

– Hola doctor, sabe que estuvo buenísimo el acto del 9 de Julio. Cantamos el himno con lenguaje de señas. -una sonriente Lucía de apenas 10 años le cuenta a su doctor luego que éste le preguntara sobre el acto escolar-

– La maestra del otro quinto tiene un hijito que es sordo y disfrutó mucho el habernos enseñado a utilizarlo. -completó la niña-

Sorprendido por su comentario e intrigado por saber cómo la viven y qué sentido tiene para la generación de los niños de hoy, el joven pediatra le pregunta:

– Me dejas pensando con tu historia. ¿Qué es para vos la independencia? -un interrogante que se presume profundo y difícil de interpretar por un niño-

La niña lo mira como pensativa, cómo intentando rastrear alguna definición que le haya tocado en alguna prueba de Sociales, y le contesta:

– Dejar de depender de otro.

– Muy bien ! ¿Y para qué sirve eso? -redobló la apuesta el doctor. Él profesional sabía que los niños son observadores, curiosos y muy inteligentes, y tenía casi la seguridad que se sorprendería con la respuesta.

Tras un largo silencio, en el cual hasta la madre que esperaba atenta se sintió tentada a contestar por ella, la niña responde:

– «Para ser libres, para poder hacer lo que queremos sin que nadie nos mande…»

Mejor definición casi imposible. Hay tratados sobre la libertad, la autodeterminación, que son difíciles de descifrar hasta para los adultos más intelectuales.

Y mientras el doctor continuaba con la consulta se quedó reflexionando sobre cuántos conceptos y definiciones hemos puesto los adultos en nuestros hijos.

Pero…

¿Somos capaces de trasladar a acciones esa exacta respuesta?
¿Somos capaces de abandonar temores y comodidades para dar, más vale según las edades, mayores libertades?
¿Podemos dejar que ejerzan la posibilidad de elegir algunas de sus cosas, el deporte que quieren hacer, la vestimenta que quieren utilizar o el corte de pelo que quieren llevar?

Deberíamos darles, de acuerdo con las diferentes personalidades de cada niño, responsabilidades crecientes. La libertad y la independencia los ayudará a crecer y sentirse protagonistas de su propia vida.

“Tenemos que ayudarlos en sus dificultades, pero no resolverlas en lugar de ellos”.

Si nos animamos… ellos lo harán !!!

Pues, la libertad se vive siendo libres.

(dc)

Y uno aprende

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma; y uno aprende que el amor no significa acostarse y que una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender…

Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes… y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.

Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende… y con cada día uno aprende.

Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrá volver a tu pasado.

Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás deseando no volver a verla.

Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.

Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.

Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.

Con el tiempo te das cuenta de que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.

Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.

«Uno aprende…» y uno aprende y aprende… con cada día uno aprende.

Verónica A. Shoffstal.
(algunos erróneamente se lo atribuyen a Jorge Luis Borges.)