Dizquedicen.

Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros. Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó. El se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro.

Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

Eduardo Galeano
Los Juegos del Tiempo.

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Libres mariposas.

Ya se ve el tumulto del cielo.

Están llegando. Son negras y anaranjadas, como las monarcas que llegan a México el día de los muertos, o las que se pasean en los patios remotos del sur del conurbano cuando parece primavera.

Aquí, a estos aledaños del mundo, llegan en marzo. Se traen, como creían los mayas, los espíritus de los guerreros muertos. De los que desaparecieron en el agua, en la tierra, en el viento. Y se montaron a sus alas para volver, cada marzo, sobre un pañuelo con un nombre, con una fecha, sobre una cabeza que resiste los baldíos del olvido.

Son las únicas que pueden transformarse, cambiar su genética en la revolución de su cuerpo, ser una en la oruga y otra en el adn que sale a volar, deslumbrante y libre. Muy libre.

Por eso enloquecen al sistema. Desquician a los lobos. Perturban a los torturadores. Extravían a los asesinos.

Y traen entre sus alas, cabalgando como hace cuarenta años, jóvenes y enteros como antes, a todos. Para contarles a las viejas que no tienen frío, ahora que llegó la primavera. Que comieron bien, que se acostaron temprano. Que es mentira la muerte, que ellos no ganaron, que aquí estaban, mirá que cosa, cuánto tardamos en volver.

Serán las papalotl de los aztecas las que los liberaron de las prisiones del tiempo, serán las que desenterraron los huesitos, las que atraparon la calavera del fondo del río, las que se robaron los fémures de la esma donde esperan, silenciosos y eternos, 600 cuerpitos sin alma, serán ellas las que les ponen fuego y los traen aquí otra vez.

Serán ellas o las monarca o las naranja y negras que coquetean con los malvones empetrolados en Dock Sud.

Pero llegan. Están llegando bellas y vivas, convencidas de que esa revolución es posible, la propia, la de la oruga, la del mundo con la cabeza abajo y las patas al cielo, la que soñaron y sueñan los que vienen cabalgando en este deseo.

Son las mariposas de marzo.

Son 30 mil.

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Silvana Melo
(APe)

El paisaje de la realidad.

«Los funcionarios no funcionan.

Los políticos hablan pero no dicen.

Los votantes votan pero no eligen.

Los medios de información desinforman.

Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.

Los jueces condenan a las víctimas.

Los militares están en guerra contra sus compatriotas.

Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos.

Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.

Es más libre el dinero que la gente.

La gente está al servicio de las cosas».

«Los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican el terrorismo de dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el propio Papa de Roma. Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie, se limitan a aplaudir el espectáculo. Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en muchos países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones y las desinversiones, los precios, los impuestos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del sol y la frescura de las lluvias. No se ocupan, en cambio, de las cárceles, ni de las cámaras de tormentos, ni de los campos de concentración, ni de los centros de exterminio, aunque en esos lugares ocurren las inevitables consecuencias de sus actos. Los tecnócratas reivindican el privilegio de la irresponsabilidad:
-Somos neutrales- dicen.»

«El sistema:
Con una mano roba lo que con la otra presta.
Sus víctimas:
Cuanto más pagan, más deben.
Cuanto más reciben, menos tienen.
Cuanto más venden, menos cobran».

Eduardo Galeano, fragmentos de su libro de los abrazos.

El adivino.

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado…

Jorge Luis Borges

Quién puede dudar de la tan rebuscada genialidad del gran escritor?
También les dejo uno de sus tantos poemas:

Los justos.

«Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.»

JLB

Para los que se pregunten, el que «haya Stevenson» se refería a su siempre admirado escritor escocés Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro y El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, entre muchas otras obras.

Y uno aprende

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma; y uno aprende que el amor no significa acostarse y que una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender…

Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes… y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.

Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende… y con cada día uno aprende.

Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrá volver a tu pasado.

Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás deseando no volver a verla.

Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.

Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes.

Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.

Con el tiempo te das cuenta de que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.

Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.

«Uno aprende…» y uno aprende y aprende… con cada día uno aprende.

Verónica A. Shoffstal.
(algunos erróneamente se lo atribuyen a Jorge Luis Borges.)

Eduardo Galeano

Algunas definiciones de nuestro querido Eduardo Galeano en el “Diccionario del Nuevo Orden Mundial”
 
Creación: Delito cada vez menos frecuente.
 
cultura universal: Televisión.
 
deuda externa: Compromiso que cada latinoamericano contrae al nacer, por la módica suma de 2 000 dólares, para financiar el garrote con el que será golpeado.
 
muerte de las ideologías: Expresión que comprueba la definitiva extinción de las ideas molestas y de las ideas en general.
 
Impunidad: Recompensa que se otorga al terrorismo, cuando es de estado.
 
Intercambio: Mecanismo que permite a los países pobres pagar cuando compran y cuando venden también.
 
Mercado: Lugar donde se fija el precio de la gente y otras mercancías.
 
mapa del mundo: Un mar de dos orillas. Al Norte, pocos con mucho. Al Sur, muchos con poco. el este que ha logrado dejar de ser Este, quiere ser Norte, pero a la entrada del Paraíso un cartel dice: Completo.
 
Naturaleza: Los arqueólogos han localizado ciertos vestigios.
 
Poder: Relación del Norte con el Sur. Dícese también de la actividad que en el Sur ejerce la gente del Sur que vive y gasta y piensa como si fuera del Norte.
 
Riqueza: Según los ricos, no produce la felicidad. Según los pobres, produce algo bastante parecido. Pero los estadistas indican que los ricos son ricos porque son pocos, y la fuerzas armadas y la policía se ocupan de aclarar cualquier posible confusión al respecto.
 
sociedad de consumo: Prodigioso envase lleno de nada. Invención de alto valor científico, que permite suprimir las necesidades reales, mediante la oportuna imposición de necesidades artificiales.
 
Veneno: Sustancia que actualmente predomina en el aire, el agua, la tierra y el alma.
 
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Una última frase de Eduardo que lo pinta de cuerpo entero… Un grande !!!!
 
«Culto no es aquel que lee más libros. Culto es aquel que es capaz de escuchar al otro».
 
Gracias Eduardo !!! Si bien te seguimos leyendo y releyendo… Te extrañamos mucho.

Una historia completamente absurda.

Hace ya cuatro días, mientras me hallaba escribiendo con una ligera irritación algunas de las páginas más falsas de mis memorias, oí golpear levemente a la puerta pero no me levanté ni respondí. Los golpes eran demasiado débiles y no me gusta tratar con tímidos.
Al día siguiente, a la misma hora, oí llamar nuevamente; esta vez los golpes eran más fuertes y resueltos. Pero tampoco quise abrir ese día porque no estimo absolutamente a quienes se corrigen demasiado pronto.
 
El día posterior, siempre a la misma hora, los golpes fueron repetidos en tono violento y antes de que pudiese levantarme vi abrirse la puerta y adelantarse la mediocre figura de un hombre bastante joven, con el rostro algo encendido y la cabeza cubierta de cabellos rojos y crespos que se inclinaba torpemente sin decir palabra. No bien encontró una silla se arrojó encima y como yo permanecía de pie me indicó el sillón para que me sentara. Después de obedecerlo, creí tener el derecho de preguntarle quién era y le rogué, con tono nada cortés, que me indicara su nombre y la razón que lo había forzado a invadir mi cuarto. Pero el hombre no se alteró y de inmediato me hizo comprender que deseaba seguir siendo por el momento lo que hasta entonces era para mi: un desconocido.
 
– El motivo que me trae ante usted -prosiguió sonriendo- se halla dentro de mi cartera y se lo haré conocer enseguida.
 
En efecto, advertí que llevaba en la mano un maletín de cuero amarillo sucio con guarniciones de latón gastado que abrió al momento extrayendo de él un libro.
 
– Este libro -dijo poniéndome ante la vista el grueso volumen forrado de papel náutico con grandes flores de rojo herrumbe- contiene una historia imaginaria que he creado, inventado, redactado y copiado. No he escrito más que esto en toda mi vida y me atrevo a creer que no le desagradará. Hasta ahora no le conocía más que su nombradía y sólo hace unos pocos días una mujer que lo ama me dijo que es usted uno de los pocos hombres que no se aterra de sí mismo y el único que ha tenido el valor de aconsejar la muerte a muchos de sus semejantes. A causa de esto he pensado leerle mi historia, que narra la vida de un hombre fantástico al que le ocurren las más singulares e insólitas aventuras. Cuando usted la haya escuchado me dirá qué debo hacer. Si mi historia le agrada, me prometerá hacerme célebre en el plazo de un año; si no le gusta me mataré dentro de veinticuatro horas. Dígame si acepta estas condiciones y comenzaré.
 
Comprendí que no podía hacer otra cosa que proseguir en esa actitud pasiva que había mantenido hasta entonces y le indiqué, con un gesto que no logró ser amable, que lo escucharía y haría todo lo que deseaba.
 
«¿Quien podrá ser -pensaba entre mí- la mujer que me ama y le habló de mí a este hombre? Jamás he sabido que me amara una mujer y si ello hubiera ocurrido no lo habría tolerado porque no hay situación más incómoda y ridícula que la de los ídolos de un animal cualquiera…» Pero el desconocido me arrancó de estos pensamientos con un zapateo poco elocuente pero claro. El libro estaba abierto y mi atención era considerada necesaria.
 
El hombre comenzó la lectura. Las primeras palabras se me escaparon; puse mayor atención en las siguientes. De pronto agucé el oído y sentí un breve estremecimiento en la espalda. Diez o veinte segundos más tarde mi rostro enrojeció; mis piernas se movieron nerviosamente; al cabo de otros diez segundos me incorporé. El desconocido suspendió la lectura y me miró, interrogándome humildemente con la mirada. Yo también lo miré del mismo modo e incluso como suplicando, pero estaba demasiado aturdido para echarlo y le dije simplemente, como cualquier idiota sociable:
 
– Continúe, se lo ruego.
 
La extraordinaria lectura continuó. No podía estarme quieto en el sillón y los escalofríos recorrían no sólo mi espalda, sinó también la cabeza y el cuerpo entero. Si hubiese visto mi cara en un espejo tal vez me hubiera reído y todo habría pasado, ya que probablemente reflejaba un abyecto estupor y un furor indeciso. Traté por un momento de no seguir oyendo las palabras del calmo lector pero no logré sino confundirme más y escuché íntegra, palabra por palabra, pausa tras pausa, la historia que el hombre leía con su cabeza roja inclinada sobre el bien encuadernado volumen. ¿Que podía o debía hacer en tan especialísima circunstancia? ¿Aferrar al maldito lector, morderlo y lanzarlo fuera del cuarto como a un fantasma inoportuno?
 
¿Pero por qué debía hacer eso? Sin embargo, aquella lectura me producía un fastidio inexpresable, una impresión penosísima de sueño absurdo y desagradable sin esperanza de poder despertar. Creí por un momento que caería en un furor convulsivo y vi en mi imaginación a un enfermero uniformado de blanco que me ponía la camisa de fuerza con infinitas y desmañadas precauciones.
 
Pero finalmente terminó la lectura. No recuerdo cuántas horas duró, pero aún en medio de mi confusión noté que el lector tenía la voz ronca y la frente húmeda de sudor. Una vez cerrado el libro y guardado en su maletín, el desconocido me miró con ansiedad aunque su mirada no tenía ya la avidez del comienzo. Mi abatimiento era tan grande que él mismo lo advirtió y su admiración aumentó enormemente al ver que me restregaba un ojo y no sabía qué contestarle. Me parecía en ese momento que nunca más podría volver a hablar y hasta las cosas más simples que me rodeaban se presentaron a mis ojos tan extrañas y hostiles que casi tuve una sensación de repugnancia. Todo esto parece demasiado vil y vergonzoso; pienso lo mismo y no tengo indulgencia alguna para mi turbación. Pero el motivo de mi desequilibrio era de mucho peso: la historia que aquel hombre había leído era la narración detallada y completa de toda mi vida íntima interior y exterior. Durante aquel lapso yo había escuchado la relación minuciosa, fiel, inexorable de todo lo que había sentido, soñado y hecho desde que vine al mundo. Si un ser divino, lector de corazones y testigo invisible, hubiese estado a mi lado desde mi nacimiento y hubiera escrito lo que observó de mis pensamientos y de mis acciones, habría redactado una historia perfectamente igual a la que el ignoto lector declaraba imaginaria e inventada por él. Las cosas más pequeñas y secretas eran recordadas y ni siquiera un sueño o un amor o una vileza oculta o un cálculo innoble escaparon al escritor. El terrible libro contenía hasta sucesos o matices de pensamiento que ya había olvidado y que recordaba solamente al escucharlas.
 
Mi confusión y mi temor provenían de esta exactitud impecable y de esta inquietante escrupulosidad. Jamás había visto a ese hombre; ese hombre afirmaba no haberme visto nunca. Yo vivía muy solitario, en una ciudad a la que nadie viene si no es forzado por el destino o la necesidad, y a ningún amigo, si aun podía decir que los tenía, le había confiado nunca mis aventuras de cazador furtivo, mis viajes de salteador de almas, mis ambiciones de buscador de lo inverosímil. No había escrito nunca, ni para mí ni para los demás, una relación completa y sincera de mi vida y justamente en aquellos días estaba fabricando fingidas memorias para ocultarme a los hombres incluso después de la muerte.
 
¿Quien, pues, podía haberle dicho a ese visitante todo lo que narraba sin pudor y sin piedad en su odioso libro forrado de papel antiguo color herrumbre? ¡Y él afirmaba que había inventado esa historia y me presentaba, a mí, mi vida, mi vida entera, como una historia imaginaria!
 
Me hallaba terriblemente turbado y conmovido, pero de una cosa estaba bien seguro: ese libro no debía ser divulgado entre los hombres. Aun cuando debiera morir ese increíble infeliz autor y lector, yo no podía permitir que mi vida fuese difundida y conocida en el mundo, entre todos mis impersonales enemigos. Esta decisión, que sentí firme y sólida en mi fuero íntimo, comenzó a reanimarme levemente. El hombre continuaba mirándome con aire consternado y casi suplicante. Habían transcurrido sólo dos minutos desde que terminó su lectura y no parecía haber comprendido el motivo de mi turbación. Finalmente, pude hablar.
 
– Discúlpeme, señor -le pregunté-. ¿Usted asegura que esta historia ha sido verdaderamente inventada por usted?
 
– Precisamente -respondió el enigmático lector ya un poco tranquilizado-, la he pensado e imaginado yo durante muchos años y cada tanto hice retoques y cambios en la vida de mi héroe. Sin embargo, todo ello pertenece a mi inventiva.
 
Sus palabras me incomodaban cada vez más, pero logré formular todavía otra pregunta:
 
– Dígame, por favor: ¿está usted verdaderamente seguro de no haberme conocido antes de ahora? ¿De no haber escuchado nunca narrar mi vida a alguien que me conozca?
 
El desconocido no pudo contener una sonrisa asombrada al oír mis palabras.
 
– Le he dicho ya -contestó- que hasta hace poco tiempo no conocía más que su nombre y que solamente hace unos días supe que usted acostumbraba aconsejar la muerte. Pero nada más conozco sobre usted.
 
Su condena estaba ya decidida y era necesario que no demorase en ser ejecutada.
 
– ¿Está siempre dispuesto -le pregunté con solemnidad- a mantener las condiciones establecidas por usted mismo antes de comenzar la lectura?
 
– Sin ninguna duda -respondió con un ligero temblor en la voz-. No tengo otras puertas a las que llamar y esta obra es mi vida entera. Siento que no podría hacer ninguna otra cosa.
 
– Debo entonces decirle -agregué con la misma solemnidad, pero atemperada por cierta melancolía- que su historia es estúpida, aburrida, incoherente y abominable. Su héroe, como usted lo llama, no es sino un malandrín aburrido que disgustará a cualquier lector refinado. No quiero ser demasiado cruel agregándole todavía más detalles.
 
Comprobé que el hombre no aguardaba estas palabras y me di cuenta de que sus párpados se cerraron instantáneamente. Pero al mismo tiempo reconocí que su poder sobre mí mismo era igual a su honestidad. De inmediato reabrió los ojos y me miró sin temor y sin odio.
 
– ¿Quiere acompañarme afuera? -me preguntó con voz demasiado dulce para ser natural.
 
– Cómo no -respondí, y luego de ponerme el sombrero salimos de la casa sin hablar.
 
El desconocido llevaba siempre en la mano su maletín de cuero amarillo y yo lo seguí delirante hasta la orilla del río que corría caudaloso y resonante entre las negras murallas de piedra. Una vez que echó una mirada a su alrededor y comprobó que no se hallaba nadie que tuviese aspecto de salvador se volvió hacia mí diciendo:
 
– Perdóneme si mi lectura lo hartó. Creo que nunca más me tocará aburrir a un ser viviente. Olvídese de mí no bien le sea posible.
 
Y estas fueron justamente sus últimas palabras, porque saltando ágilmente el parapeto y con rápido empuje se arrojó al río con su maletín. Me asomé para verlo una vez más pero el agua yo lo había recibido y cubierto. Una niña tímida y rubia se había percatado del rápido suicidio pero no pareció asombrarla demasiado y continuó su camino comiendo avellanas. Volví a casa después de realizar algunas tentativas inútiles. Apenas entré en mi cuarto me extendí sobre la cama y me adormecí sin demasiado esfuerzo, como abatido y quebrantado por lo inexplicable.
 
Esta mañana me desperté muy tarde y con una extraña impresión. Me parece estar ya muerto y esperar solamente que vengan a sepultarme. He tomado inmediatamente previsiones para mi funeral y fui personalmente a la empresa de pompas fúnebres con el fin de que nada sea descuidado. A cada momento espero que traigan el ataúd. Siento ya pertenecer a otro mundo y todas las cosas que me circundan tienen un indecible aire de cosas pasadas, concluidas, sin ningún interés para mí.
 
Un amigo me ha traído flores y le dije que podía esperar para ponerlas sobre mi tumba. Me pareció que sonreía, pero los hombres sonríen siempre cuando no comprenden nada.
 
Giovanni Papini (1881-1956)

El dios de Spinoza.

Te has preguntado alguna vez si Dios estuviera frente a tí que te diría?

Cuenta una leyenda que una vez le preguntaron a Albert Einstein si creía en Dios, y él contestó que sí, pero que sólo en el Dios de Spinoza, ese mismo Dios que si estuviera frente a él seguramente le diría:

“Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho !!! Lo que quisiera de ti es que salgas al mundo a disfrutar de la vida. Que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que supuestamente he hecho para tí .

Deja ya de ir a esos templos lúgubres, oscuros y fríos que tú mismo construiste y que no paras de repetir que en ellos yo me encuentro. Mi verdadero hogar está en las altas montañas, en los tupidos bosques, en los ríos, en esos hermosos lagos donde he dejado que se el cielo se refleje para tí, en las playas donde el mar jamás se cansará de acariciar sus costas con sus olas, ahí es en donde vivo y ahí es donde te expreso todo mi amor.

Y deja ya de culparme si es que en tu vida te crees miserable. Yo nunca te dije que había nada mal en tí o que serías un pecador si haces ésto o aquello.

Disfruta el sexo con amor, es uno de los regalos en los que más me he esmerado. Expresa en él todo tu amor, tu éxtasis, tu alegría, y no me culpes por todo lo que te han hecho creer algunos hombres.

Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijo… No me encontrarás en ningún libro! Ya te he dicho donde lo podrás hacer.

Puedes confiar en mí, pero deja de pedirme cosas. ¿Acaso piensas que soy un mandadero? ¿O me vas a decir como tengo que hacer mi trabajo?

Y deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni mucho menos te voy a castigar. Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias… y más vale, de libre albedrío.

¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti?
¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice?
¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad?
¿Qué clase de dios puede hacer eso?

Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en tí.

Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para tí. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía. Puse en el hombre el sentido común y es él el quien debe decirte que hacer.

Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.

Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro. Eres absolutamente libre para crear en tu vida lo que quieras. El mal o el bien está en tu decisión, no en la mía.

No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera, como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir.

Deja de creer tanto en mí, creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en tí. Quiero que me sientas cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a un animalito o cuando le estés dando algo a alguien que lo necesita.

Deja de alabarme. ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy?
Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan.
¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidándote, cuidando tu salud, tus relaciones, protegiendo al más débil, a la naturaleza, al mundo.

¿Te sientes mirado, sobrecogido?… ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de hacerme sentir que no me equivoqué.

Deja de complicarte y de repetir como perico lo que te han enseñado acerca de mí.
Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas.
¿Para qué necesitas milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?

Y si es muy tarde, estás sólo, es de noche y cubriendote del frío en un oscuro rincón de este universo, no me busques afuera, búscame dentro tuyo… sefguro ahí estaré, latiendo en ti.»

******
Baruch Spinoza (Ámsterdam, 1632 – La Haya, 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí hispano-portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz. Hostigado por su crítica racionalista de la ortodoxia religiosa, su obra cayó en el olvido hasta que fue reivindicada por grandes filósofos alemanes de principios del siglo XIX. Según Renan, «Schleiermacher, Goethe, Hegel, Schelling proclaman todos a una voz que Spinoza es el padre del pensamiento moderno».

El principito y la rosa.

– “Te amo” – dijo el principito…

– “Yo también te quiero” – dijo la rosa.

– “No es lo mismo” – respondió él… «Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía… Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes. Querer es esperar, es apegarse a las cosas y a las personas desde nuestras necesidades. Entonces, cuando no tenemos reciprocidad hay sufrimiento. Cuando el “bien” querido no nos corresponde, nos sentimos frustrados y decepcionados. Si quiero a alguien, tengo expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da lo que espero, sufro. El problema es que hay una mayor probabilidad de que la otra persona tenga otras motivaciones, pues todos somos muy diferentes. Cada ser humano es un universo.
Amar es desear lo mejor para el otro, aún cuando tenga motivaciones muy distintas.
Amar es permitir que seas feliz, aún cuando tu camino sea diferente al mío. Es un sentimiento desinteresado que nace en un donarse, es darse por completo desde el corazón. Por esto, el amor nunca será causa de sufrimiento. Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por amar. Se sufre por apegos. Si realmente se ama, no puede sufrir, pues nada ha esperado del otro. Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple y puro placer de dar. Pero es cierto también que esta entrega, este darse, desinteresado, solo se da en el conocimiento. Solo podemos amar lo que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y el alma no se indemniza. Y conocerse es justamente saber de vos, de tus alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error. Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para momentos de alegría. Amar es la confianza plena de que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber que no te cambia el tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos. Amar es darte un lugar en mi corazón para que te quedes como padre, madre, hermano, hijo, amigo y saber que en el tuyo hay un lugar para mí. Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.”

– “Ya entendí” – dijo la rosa.

– ”No lo entiendas, vívelo” – dijo el principito.

*****

Si bien muchos atribuyen que este hermoso texto fue extraído del genial libro «El principito» de Antoine de Saint-Exupéry, la realidad es que es una recreacion literaria escriao por la escritora Viviana Baldo.

La luciérnaga

 
Cierta vez una luciérnaga se paseaba por la noche de una selva, y destellaba con su brillo entre medio de las ramas. Una serpiente echada sobre el piso la vio pasar e inesperadamente comenzó a perseguirla; la luciérnaga al percatarse de esta extraña situación, levantó vuelo hacia lo más alto de los árboles, y allí entonces, comenzó a escapar de la serpiente que entrelazada por las ramas, la seguía, y la seguía y continuó haciéndolo mientras transcurrían las horas y los días. Una noche la luciérnaga muy cansada, ya exhausta de volar, cayó justo sobre la boca abierta y muy preparada de la serpiente. Pero antes de que ésta se la tragara le dijo:

  • ¿Por qué yo? ¿Pero, por qué yo? Si nosotras no formamos parte de tu cadena alimenticia. No entiendo… ¿Por qué yo? Si hasta alguna vez algunos de los tuyos han comido a alguna de las nuestras y han dicho que nuestro gusto es feo y amargo. ¿Por qué? ¿Por qué?

Y la serpiente antes de devorarla le respondió:

  • Pues simplemente porque no soporto tu brillo.

Fin

*****
El día que encuentres tu verdadero destino y decidas levantar vuelo para alcanzarlo, ten cuidado con las opiniones de los demás, muchas de ellas seguramente no vendrán desde el mejor lado de sus corazones.

El beso.

El viento, pensaba un niño mirando el bosque
petrificado en el Nahuel Huapi, debe ser un beso.
Y en tanto lo hacía… intentaba descubrir
¿de quién era el beso y para quién sería?

En esos mismos instantes,
mientras el sol empezaba a desaparecer más allá de la eclíptica,
alguien entendía que algún secreto había sido descubierto,
pero nadie sospechaba que un niño en la Patagonia, lo habría hecho.

Esperando…

Todos los días voy a la pequeña estación de tren a buscar a alguien. Quién es ese alguien, no lo sé.

Siempre paso por ahí después de hacer las compras en el mercado. Me siento en una fría banca, pongo la cesta de las compras sobre mis rodillas, y miro abstraídamente hacia los molinetes. Cada vez que llega un tren, una multitud de pasajeros es escupida hacia afuera desde las puertas de los vagones. La muchedumbre avanza en tropel hacia los molinetes, y las personas, todas con la misma cara de enojo, sacan los pases y entregan los boletos. Luego, sin mirar hacia los costados, caminan precipitadamente. Pasan por delante de mi banca, salen hacia la plaza que está frente a la estación, y se van cada uno por su lado. Yo sigo sentada distraídamente. ¿Qué sucedería si alguien sonriese y me hablase? ¡Ay no, por Dios! La mera posibilidad me pone tan nerviosa que me estremezco de solo pensarlo, como si me hubieran echado agua fría en la espalda. No puedo respirar; sin embargo, continúo esperando a alguien todos los días. ¿A quién podría ser que estuviera esperando? ¿A qué tipo de persona? Pero quizás lo que estoy esperando no sea un ser humano. Odio a los seres humanos. En realidad les tengo miedo. Cada vez que estoy cara a cara con alguien diciendo cosas como “¿qué tal, cómo está?”, o “¡cómo refrescó!”, saludando solo para cumplir, siento que soy la persona más falsa del mundo. Me pone tan terriblemente mal que quiero morirme. Y las personas con las que hablo se ponen a la defensiva sin razón, me hacen vagos cumplidos, y comentan sentenciosamente impresiones que no tienen en verdad. Su cautela mezquina me hace sentir triste: el mundo es cada vez más repugnante y no puedo soportarlo. La gente intercambia tensos saludos desconfiando unos de otros hasta cansarse, y así pasa la vida.

A mí no me gusta encontrarme con gente. Por eso, a no ser que hubiera una razón excepcional, nunca visitaba a amigos. Lo más cómodo ha sido para mí estar en casa con mi madre cosiendo, las dos solas, en silencio. Pero finalmente estalló la guerra, y el ambiente se puso tan tenso que empecé a sentirme culpable de quedarme en casa todo el día sin hacer nada. Me sentía angustiada y no podía relajarme en absoluto. Quería hacer una contribución directa trabajando tan duro como pudiese. Perdí toda fe en la vida que había llevado hasta ese momento.

No soporto quedarme en casa en silencio. Sin embargo, cuando salgo me doy cuenta de que no tengo ningún lugar adonde ir. Así que hago las compras, y al regresar paso por la estación y me siento distraídamente en la fría banca. Tengo la ilusión de que alguien venga, pero si esa persona realmente apareciera, ¿qué haría? La idea me da pánico, pero estoy resignada. Si eso sucede, voy a entregarle mi vida: estoy preparada y ese momento marcará mi destino. Estos sentimientos de resignación y fantasía impudentes se entretejen de una forma muy extraña. La sensación me agobia de un modo sofocante. El mundo alrededor se enmudece; la gente que va y viene en la estación aparece pequeña y lejana, como si estuviera mirando por un telescopio al revés. La sensación es vaga, como si estuviera soñando despierta, como si no supiera si estoy viva o muerta. ¡Ay! ¿Qué cosa estoy esperando? Acaso yo no sea más que una mujer obscena. Todo eso del estallido de la guerra, lo de sentirme angustiada, de trabajar duro porque quiero ser útil, quizás solo sea una mentira, una excusa noble para tratar de encontrar una oportunidad de materializar mis fantasías indiscretas. Me siento aquí con mirada perdida, pero en el fondo, dentro de mí puedo ver cómo flamea la llama de mis deseos obscenos.

¿Pero, a quién diablos espero? No tengo en absoluto una idea clara, solamente una imagen vaga y confusa; sin embargo, continúo esperando. Desde el estallido de la guerra paso por aquí todos los días a la vuelta de las compras y me siento en esta fría banca a esperar. ¿Y si alguien me sonriera y me hablara? ¡Ay, no!, no es usted a quien estoy esperando. Entonces, ¿a quién? ¿Qué espero? ¿Un marido? No. ¿Un novio? No, para nada. ¿Un amigo? De ningún modo. ¿Dinero? Es ridículo. ¿Un fantasma? ¡Ay no, por favor!

Algo más apacible y alegre, algo maravilloso. No sé qué. Por ejemplo, algo como la primavera. No, no es eso. Hojas verdes. El mes de mayo. El agua fresca y cristalina fluyendo a través de los campos de trigo. No, tampoco es eso. Ay, y sin embargo sigo esperando, con el corazón palpitante. Las personas pasan unas tras otras delante de mis ojos. No es aquello, ni esto. Con la cesta de compras en mis brazos, me estremezco y espero con todo mi corazón. Le pido a usted por favor que no me olvide. Por favor no olvide a la chica veinteañera que viene todos los días a la estación y regresa a su casa sintiéndose vacía. Por favor recuérdeme, y no se ría de mí. No voy a decirle el nombre de la estación. Aunque no lo haga, usted me verá algún día.

Osamu Dazai.

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Osamu Dazai (1909-1948), nacido bajo el nombre de Shūji Tsushima, fue un novelista japonés, considerado uno de los escritores del siglo XX más apreciados de Japón. Algunas de sus obras más populares, tales como «El ocaso» e «Indigno de ser humano», también son consideradas como clásicos modernos en su país de origen

Sólo en una mujer…

No es difícil concluir que para nosotros, los hombres, no hay nada mejor que tener una mujer a nuestro lado.

Sin embargo las hay de muchas maneras, están las amigas, las cómplices, las que te acompañan vayas donde vayas, las amantes, las divertidas, las que te saben poner los límites, las sensibles, las que a veces te complican la vida, las que por fortuna te la resuelven, las que adivinan lo que estás sintiendo en todo momento, las que no te perdonan ni una, las que ponen su hombro para consolarte y hasta las que te aman incondicionalmente, y muy seguramente no nos podríamos imaginar una vida sin ellas.

Pero si sos uno de los «muy pocos» que tienes a todas ellas en una sola, siéntete dichoso y no la descuides, sos muy, muy afortunado.

Ámala como se merece, hazle saber en todo momento cuanto la admiras, lo hermosa que es y lo fundamental que es en tu vida.

Cuídala !!!

Tienes un verdadero tesoro !!!

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La pintura es un retrato de Harriet Conyngham realizado en 1827 por el pintor inglés Sir Thomas Lawrence ( 1769 – 1830)

Reir llorando.

Cuantas veces al ver a una persona sonriente, alegre, vital, damos por seguro que esa persona es completamente feliz y muy agraciada en esta vida. Sin embargo no tenemos en cuenta que sólo estamos viendo simplemente su forma de mostrarse al mundo y nunca podremos saber lo que realmente está llevando dentro de su alma.

Jamás voy a poder olvidar la voz de mi padre, siendo yo muy chiquitito, recitando el siguiente poema, el cual me ha quedado grabado con letras muy pesadas en lo más profundo de mi corazón.

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Reir llorando.

Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
“Eres el más gracioso de la tierra,
y el más feliz…” y el cómico reía.

Víctimas del estrés, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su tristeza en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en una eterna angustia muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!
-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.
-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!
-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.
-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.

-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo
vuestro mal, y no debe acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo
“Sólo viendo a Garrick podréis curaros”.

-¿A Garrik? -Sí, a Garrick… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡Tiene una gracia artística asombrosa!

-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo juro;
Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo-, no me curo:
¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal ningún remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.

Juan de Dios Peza.

De eso se trata….

Una muy vieja y conocida fábula cuenta que una vez un hombre que regularmente asistía a interesantes reuniones de un determinado grupo, alcanzado quizás por una pequeña depresión proveniente de un estado de baja autoestima y creyendo que en realidad su participación no aportaba nada positivo, sin ningún tipo de aviso abandonó dichas actividades.

Después de algunas semanas, en una noche muy fría de invierno, el líder de aquél grupo que había notado su ausencia, decidió hacerle una corta visita a su domicilio. Encontró al hombre, solo y triste, sentado frente a un hogar donde ardía un fuego brillante y acogedor. Adivinando la razón de la visita, el dueño de casa le dio la bienvenida, lo condujo a una silla grande y cómoda muy cerca del fuego y convidándolo con una copa de vino, se sentó junto a él como esperando algún comentario respecto a su alejamiento del grupo.

Sin embargo, en lugar de las palabras, lo que reinó por largo tiempo en el ambiente fue un tranquilo pero muy intrigante silencio, en donde ambos hombres sólo contemplaban la danza de las llamas en torno de los troncos de leña que crepitaban.

Al cabo de algunos minutos el líder, sin decir palabra, examinó las brasas que se formaban y cuidadosamente seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, y con unas tenazas la retiró a un lado del brasero . Volvió entonces a sentarse y permaneciendo silencioso e inmóvil le solicitó a su anfitrión permiso para fumarse una pipa.

El dueño de casa prestaba atención a todo y un tanto fascinado cómo también inquieto, parecía disfrutar sobremanera la visita de su tan querido maestro.

Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó hasta tal punto que sólo hubo un brillo momentáneo y el fuego se apagó repentinamente. En poco tiempo, lo que era una clara muestra de brillante luz y calor, no era más que un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto por una leve capa de ceniza.

Muy pocas palabras habían sido dichas desde el ritual saludo entre los dos amigos, pero la situación había sido tan elocuente que de por sí, cualquier dicho habría sobrado.

El líder, antes de prepararse para salir, con las tenazas blandió el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en medio del fuego y de inmediato la brasa se volvió a encender, alimentada por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno suyo.

Cuando el dirigente alcanzó la puerta para irse y luego de un fraternal abrazo, el anfitrión sólo atinó a decir que estaba más que agradecido por la visita, que había interpretado perfectamente la encantadora lección y que no sólo le había hecho ver que todos somos importantes en su justa medida, sino que prontamente regresaría gustosamente a participar en el grupo.

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Cuántas veces creemos que nuestra participación en algún grupo pasa inadvertida o bien nuestro aporte no es valorado o tomado en cuenta?

Pues no es así !!! Todos somos importantes y formamos parte de un todo donde cada uno tiene su misión. Nadie es más que otro y no existen las diferencias humanas más allá de las tareas que cada uno debe cumplir en la vida.

Tenemos que encontrar la nuestra… les aseguro que de éso, se trata.

La marioneta.

La marioneta

Si por un instante Dios se olvidara
de que soy una marioneta de trapo
y me regalara un trozo de vida,
posiblemente no diría todo lo que pienso,
pero en definitiva pensaría todo lo que digo.

Daría valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más,
entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos,
perdemos sesenta segundos de luz.

Andaría cuando los demás se detienen,
Despertaría cuando los demás duermen.
Escucharía cuando los demás hablan,
y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate.

Si Dios me obsequiara un trozo de vida,
Vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol,
dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón,
escribiría mi odio sobre hielo,
y esperaría a que saliera el sol.

Pintaría con un sueño de Van Gogh
sobre las estrellas un poema de Benedetti,
y una canción de Serrat sería la serenata
que les ofrecería a la luna.

Regaría con lágrimas las rosas,
para sentir el dolor de sus espinas,
y el encarnado beso de sus pétalo…
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida…

No dejaría pasar un solo día
sin decirle a la gente que quiero, que la quiero.
Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos
y viviría enamorado del amor.

A los hombres les probaría cuán equivocados están,
al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen,
sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas,
pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.

A los viejos les enseñaría que la muerte
no llega con la vejez sino con el olvido.
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres
He aprendido que todo el mundo quiere vivir
en la cima de la montaña,
Sin saber que la verdadera felicidad está
en la forma de subir la escarpada.

He aprendido que cuando un recién nacido
aprieta con su pequeño puño,
por vez primera, el dedo de su padre,
lo tiene atrapado por siempre.

He aprendido que un hombre
sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes,
pero realmente de mucho no habrán de servir,
porque cuando me guarden dentro de esa maleta,
infelizmente me estaré muriendo.

Johnny Welch.
Actor y ventrílocuo mexicano.

La obra maestra.

El mono tomó un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:

-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.

Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello solo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina, no creerle al que vuela.
Álvaro Yunque. (Argentino)
(La Plata, 20/6/1989 – Tandil, 8/1/1982)

La dicha de vivir.

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.

-Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?

-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol-. Es como si aquel volviera a nacer en la pureza del párvulo…

-Así lo creía y por eso vengo.

-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?

-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.
Leopoldo Lugones.

Un día como cualquier otro decidí triunfar…

Aquella vez decidí ser exitoso, y así, después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar…

Decidí no esperar a las oportunidades sino yo mismo buscarlas, decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución, decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis, decidí ver cada noche como un misterio a resolver, decidí ver cada Día como una nueva oportunidad de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival no eran más que mis propias debilidades, y que enfrentarlas es la única y mejor forma de superarme.

Descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fuera, y me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.

Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien: «Amigo».

Descubrí que «el amor es una filosofía de vida».

Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mí propia tenue luz de este presente.

Aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

 

Walt Disney.