– Muy buenos días doña Carmen. -dije yo-
– Buenos días joven. -sentada en un antiguo banco del hermoso parque me respondía la anciana-
– ¿Qué hace aquí sentada solita con este frío? Se va a quedar congelada. ¿Por qué no va usted adentro que está más calentito?
– Es que estoy esperando a mi hijo. No sé porqué tarda tanto. Se fue a comprar algo hace un rato, pero se ve que está tardando demasiado. – mientras miraba el reloj, con la más dulce de las vocecitas me contestaba un tanto preocupada-
– No se preocupe, seguro que no tardará. En estos días todo el mundo está de compras. ¿Le importa si le hago compañía?
– Gracias, es usted muy amable. Pero no tiene porqué molestarse. Seguro que tiene muchas cosas más importantes que hacer que acompañar a una viejita como yo. Hasta imagino que quizás alguna moza afortunada lo debe estar esperando…
– No es para mí ninguna molestia, se lo aseguro. -le dije- Me sentaré a su lado y lo esperaremos…
Y como casi todas las mañanas lo venía hacíendo, me senté junto a mi anciana madre y juntos esperamos a ese hijo que jamás había estado tan cerca…