Reir llorando.

Cuantas veces al ver a una persona sonriente, alegre, vital, damos por seguro que esa persona es completamente feliz y muy agraciada en esta vida. Sin embargo no tenemos en cuenta que sólo estamos viendo simplemente su forma de mostrarse al mundo y nunca podremos saber lo que realmente está llevando dentro de su alma.

Jamás voy a poder olvidar la voz de mi padre, siendo yo muy chiquitito, recitando el siguiente poema, el cual me ha quedado grabado con letras muy pesadas en lo más profundo de mi corazón.

****
Reir llorando.

Viendo a Garrick -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirlo le decía:
“Eres el más gracioso de la tierra,
y el más feliz…” y el cómico reía.

Víctimas del estrés, los altos lores
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores,
y cambiaban su tristeza en carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en una eterna angustia muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis. -¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad. -¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer. -¡Si soy amado!
-Un título adquirid. -¡Noble he nacido!

-¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas.
-¿De lisonjas gustáis? -¡Tantas escucho!
-¿Qué tenéis de familia? -Mis tristezas.
-¿Vais a los cementerios? -Mucho… mucho.

-De vuestra vida actual ¿tenéis testigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yugos:
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos, mis verdugos.

Me deja -agrega el médico- perplejo
vuestro mal, y no debe acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo
“Sólo viendo a Garrick podréis curaros”.

-¿A Garrik? -Sí, a Garrick… La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡Tiene una gracia artística asombrosa!

-¿Y a mí me hará reír? -¡Ah! sí, os lo juro;
Él sí; nada más él; más… ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo-, no me curo:
¡Yo soy Garrick!… Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal ningún remedio!

¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto,
y también a llorar con carcajadas.

Juan de Dios Peza.

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Vos, tu y él.

Juan, tornero, empleado, muy trabajador, super creativo, una familia divina, peso a peso y con la ayuda de sus primos se está construyendo la casa; vive en un sector muy chiquito de la misma porque todavía no está totalmente techada. Muchos meses tiene que hacer milagros para llegar a fin de mes, es un sueño de la familia que el hijo más grande pueda terminar con los estudios universitarios. No sabe lo que significa salir de vacaciones, le encantaría tener un coche nuevo, la vida pasa muy rápido y está muy, muy cansado…

Sebastián, ayudante de Juan, está aprendiendo muy rápido, vive con su novia en una humilde casita muy lejos del trabajo, en un barrio donde el valor del alquiler le da posibilidades de ahorrar un poquito, quizás algún día pueda comprarse el lotecito. Por su vocación le hubiera encantado estudiar medicina, pero igual está muy agradecido de estar aprendiendo una profesión y poder ser algún día como Juan.

Gabriel, contador, trabaja en la fábrica junto a Juan y Sebastián, si bien fue contratado para llevar la contabilidad, hace las veces de gerente, administrador y jefe de personal. Es muy capaz y lo alegra mucho que los dueños confíen en él para tantas responsables tareas. Termina muy tarde su labor y ocupa muchos sábados y domingos en poder cumplir con todas sus obligaciones. Pudo en estos últimos años comprarse la casita y anda en un buen auto, pero no sabe, aunque lo quisiera, lo que es jugar con sus hijos y muchas veces discute con su señora a raiz del poco tiempo que pasa con ellos. Cuando termine de pagar los créditos, quiere llevarlos a un lindo lugar de vacaciones para compensarlos.

Rubén, nieto de inmigrantes, heredero de una fábrica de casi 20 empleados que por suerte viene dando buenas ganancias. Sin estudios, con una infancia llena de superficialidades, sabe muy bien que le debe a Juan el éxito del producto que fabrican y que si no fuera por Gabriel en pocos meses todo se vendría abajo; pero pareciera encargarse muy eficientemente de que ellos no lo noten, a veces hasta parece encontrar satisfacción en pensar que con el dinero que gastó en la última reforma del parque y la piscina, Juan hubiera terminado toda su casa, o que con menos de lo gastado en sus recientes vacaciones, Sebastián tendría su lote y Gabriel hubiera podido disfrutar su tan merecido descanso en el lugar de sus sueños.

No es culpa de Juan, ni de Sebastián o Gabriel y mucho menos de Rubén, todos viven en el mismo e injusto sistema.

Quién puede asegurar que es lo que está bien o lo que está mal ?

Todos somos iguales pero muy distintos, todos necesitamos esencialmente las mismas cosas pero queremos cosas muy distintas, todos decimos amar la vida, pero muchos no sabemos lo que es vivir…

Daniel Calcagni.

De eso se trata….

Una muy vieja y conocida fábula cuenta que una vez un hombre que regularmente asistía a interesantes reuniones de un determinado grupo, alcanzado quizás por una pequeña depresión proveniente de un estado de baja autoestima y creyendo que en realidad su participación no aportaba nada positivo, sin ningún tipo de aviso abandonó dichas actividades.

Después de algunas semanas, en una noche muy fría de invierno, el líder de aquél grupo que había notado su ausencia, decidió hacerle una corta visita a su domicilio. Encontró al hombre, solo y triste, sentado frente a un hogar donde ardía un fuego brillante y acogedor. Adivinando la razón de la visita, el dueño de casa le dio la bienvenida, lo condujo a una silla grande y cómoda muy cerca del fuego y convidándolo con una copa de vino, se sentó junto a él como esperando algún comentario respecto a su alejamiento del grupo.

Sin embargo, en lugar de las palabras, lo que reinó por largo tiempo en el ambiente fue un tranquilo pero muy intrigante silencio, en donde ambos hombres sólo contemplaban la danza de las llamas en torno de los troncos de leña que crepitaban.

Al cabo de algunos minutos el líder, sin decir palabra, examinó las brasas que se formaban y cuidadosamente seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, y con unas tenazas la retiró a un lado del brasero . Volvió entonces a sentarse y permaneciendo silencioso e inmóvil le solicitó a su anfitrión permiso para fumarse una pipa.

El dueño de casa prestaba atención a todo y un tanto fascinado cómo también inquieto, parecía disfrutar sobremanera la visita de su tan querido maestro.

Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó hasta tal punto que sólo hubo un brillo momentáneo y el fuego se apagó repentinamente. En poco tiempo, lo que era una clara muestra de brillante luz y calor, no era más que un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto por una leve capa de ceniza.

Muy pocas palabras habían sido dichas desde el ritual saludo entre los dos amigos, pero la situación había sido tan elocuente que de por sí, cualquier dicho habría sobrado.

El líder, antes de prepararse para salir, con las tenazas blandió el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en medio del fuego y de inmediato la brasa se volvió a encender, alimentada por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno suyo.

Cuando el dirigente alcanzó la puerta para irse y luego de un fraternal abrazo, el anfitrión sólo atinó a decir que estaba más que agradecido por la visita, que había interpretado perfectamente la encantadora lección y que no sólo le había hecho ver que todos somos importantes en su justa medida, sino que prontamente regresaría gustosamente a participar en el grupo.

****

Cuántas veces creemos que nuestra participación en algún grupo pasa inadvertida o bien nuestro aporte no es valorado o tomado en cuenta?

Pues no es así !!! Todos somos importantes y formamos parte de un todo donde cada uno tiene su misión. Nadie es más que otro y no existen las diferencias humanas más allá de las tareas que cada uno debe cumplir en la vida.

Tenemos que encontrar la nuestra… les aseguro que de éso, se trata.

Ahora, ¿adónde?

Ahora, ¿adónde? El torpe pie
quisiera llevarme a Alemania,
más la razón, prudente, mueve
la cabeza, como diciendo:
Es cierto que acabó la guerra,
pero quedan cortes marciales,
y dicen que escribiste antaño
cosas que te hacen fusilable.
Eso es verdad, poco agradable
sería verme fusilado.
No soy un héroe, me faltan
los patéticos ademanes.
 
Me gustaría ir a Inglaterra,
de no haber humos de carbón,
¡y los ingleses!… Ya su olor
me produce espasmos y vómitos.
A veces tengo la ocurrencia
de embarcarme hacia Norteamérica,
gran cuadra de la libertad
con sus brutos igualitarios.
Pero me da miedo un país
de gentes que mascan tabaco,
que, sin rey, juegan a los bolos,
y sin escupidera, escupen.
 
Rusia, ese imperio tan hermoso,
posiblemente me agradase,
pero en invierno no podría
soportar allí los azotes.
Con tristeza miro a lo alto,
donde hacen guiños miles de astros;
sin embargo, mi propia estrella
no la diviso en parte alguna.
En el áureo laberinto
del cielo se perdió tal vez,
como yo mismo me he perdido
en la terrena agitación.
 
Heinrich Heine.
Escrita en su lápida.
 
****
 
Christian Johann Heinrich Heine (Düsseldorf, 13 de diciembre de 1797-París, 17 de febrero de 1856) fue uno de los más destacados poetas y ensayistas alemanes del siglo XIX.
 
Heine es considerado el último poeta del romanticismo y al mismo tiempo su enterrador. Heine conjura el mundo romántico, y todas las figuras e imágenes de su repertorio para destruirlo. Tras el enorme éxito cosechado por su temprano Libro de Canciones (1827), que conoció doce ediciones en vida del autor, da por agotada «la lírica sentimental y arcaizante, y se abre paso a un lenguaje más preciso y sencillo, más realista».
 
A partir de entonces consiguió dotar de lirismo al lenguaje cotidiano y elevar a la categoría literaria géneros en aquel momento considerados menores, como el artículo periodístico, el folletín o los relatos de viaje. Además concedió al idioma alemán una elegante sencillez que éste nunca antes había conocido. Heine fue tan amado como temido por su comprometida labor como periodista, crítico, político, ensayista, escritor satírico y polemista.
Debido a su origen judío y a su postura política Heine fue constantemente excluido y hostigado. Su actitud solitaria impregnó su vida, su obra y su recepción de ideas extranjeras. Heine sigue siendo hoy en día uno de los poetas del idioma alemán más traducidos y citados.
 
Heine se convirtió en el escritor alemán más popular de las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo XIX y su editor, Julius Campe, se hizo rico gracias a su obra. Él, sin embargo, nunca pudo vivir de los ingresos derivados de sus éxitos literarios. Su incapacidad para acceder a la independencia material fue algo sumamente desestabilizador para su vida privada y socavó profundamente la efectividad política de sus intervenciones.
Padeció miserias y estrecheces varias a las que pudo sobreponerse gracias a que prácticamente durante toda su vida recibió la ayuda financiera de su familia, de su acaudalado tío Salomón y subvenciones del gobierno francés, con François Guizot como ministro, que pasó por alto sus críticas hacia Luis Felipe.
 
Entre 1832 y 1843 publicó numerosos ensayos sobre la situación política de Francia y Alemania. Desde Francia colaboraba con revistas alemanas y escribía en francés informes sobre la situación de su patria nada condescendientes con sus gobernantes. En 1835 los escritos de Heine fueron totalmente censurados en territorio alemán.
 
Simpatizante del socialismo utópico (Sansimonismo), perseguido por las autoridades y exiliado a causa de esas veleidades socialistas, pasó sus últimos ocho años de vida medio ciego y medio paralítico, en una cama, sobre cuatro colchones (se cree que padecía esclerosis múltiple). Su pesimismo se expresa en algunos de los más amargos poemas del Romancero (1851). Pocas horas antes de morir en París, como cuenta el hispanista Johannes Fastenrath, dijo:
«Dios me perdonará: es su oficio».
 
En su testamento prohibió expresamente que su cuerpo fuera trasladado a Düsseldorf, quiso ser enterrado en el cementerio parisino de Montmartre.
 
Algunas de sus famosas citas:
 
«Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres.»
 
«El que piensa en la muerte está ya muerto a medias.»
 
«Si quieres viajar hacia las estrellas, no busques compañía.»
 
“Somos simples criaturas del sueño de un dios borracho”
 
“No hay nada más silencioso que un cañón cargado”

Coherencia…

El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperar, hizo lo correcto, se detuvo en la línea de paso para los peatones, a pesar de que podría haber pasado ya casi con la luz roja acelerando a través de la intersección.

Se ve que a la mujer que estaba en el automóvil detrás de él mucha gracia no le hizo que frenara bruscamente y se puso tan furiosa que su reacción fue empezar a tocar largos y continuos bocinazos y a gritar comentarios negativos y vulgares, aduciendo que por culpa del destinatario de sus improperios no pudo seguir avanzando en su recorrido.

Mientras se encontraba en medio de tal arranque de locura, oyó que alguien le tocaba el cristal de su lado y que allí parado junto a ella se econtraba un agente de policia, quién mirándola muy seriamente le hacía señas que estacionara inmediatamente.

El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba y la llevó a la comisaría donde no sólo la revisaron de arriba abajo, sino que le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una pequeña celda.

Después de un par de horas un joven agente se acercó a ella y una vez abierta la puerta de la celda la escoltó hasta el mostrador donde el mismo policía que la había detenido la estaba esperando con todos sus efectos personales.

– Señora, lamento mucho este error y no tengo más que disculpas por haberla demorado en el día de hoy -le dijo el agente-.

La mandé a bajar del auto porque mientras usted se encontraba tocando la bocina como una loca, queriendo pasar por encima al automóvil de adelante, maldiciendo, gritando improperios y diciendo palabras soeces, me percaté que:

– De su retrovisor colgaba un rosario.
– Su auto tenía una calcomanía que dice: «Jesús te ama».
– Su patente tenía un borde que decía «Amor y paz».
– En la parte de atrás había una gran oblea que decía «La paciencia es la madre de todas las virtudes”.
– Otra calcomanía que decía : «Practica la meditación, es sanadora».
– Y, finalmente, había una muy vistosa imagen que decía: «Respeta al projimo»

¡¡¡Cómo usted se puede imaginar… supuse que el auto era robado!!!

***

Aunque no me lo crean, no fue mi intención contar en esta oportunidad una historia divertida, muy por lo contrario lo fue demostrar lo importante que es ser coherente entre lo que pensamos, lo que creemos, lo que decimos y más vale… lo que terminamos haciendo.

Y créanme, por experiencia propia les digo… «No es nada fácil…»

Una receta vital.

Pon tu experiencia, tu sabiduría, tus valores, tus principios, tus afectos, tus sueños y también todas tus aspiraciones en un recipiente bien resistente.
Batir todo con mucho cuidado para que nada se vuelque sin olvidarse de ir espolvoreando con mucho esfuerzo y dedicación.
Una vez lograda una buena consistencia, moldea tu futuro como más te guste ayudándote siempre con todo el amor del que puedas disponer.

Eso sí… Una vez que lo hayas conseguido y sientas que eres feliz, no olvides convidar… Su sabor, depende de ello.

 

Dedicada a mis amigos con el mayor deseo de Felicidad para todos.

La marioneta.

La marioneta

Si por un instante Dios se olvidara
de que soy una marioneta de trapo
y me regalara un trozo de vida,
posiblemente no diría todo lo que pienso,
pero en definitiva pensaría todo lo que digo.

Daría valor a las cosas, no por lo que valen,
sino por lo que significan.
Dormiría poco, soñaría más,
entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos,
perdemos sesenta segundos de luz.

Andaría cuando los demás se detienen,
Despertaría cuando los demás duermen.
Escucharía cuando los demás hablan,
y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate.

Si Dios me obsequiara un trozo de vida,
Vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol,
dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón,
escribiría mi odio sobre hielo,
y esperaría a que saliera el sol.

Pintaría con un sueño de Van Gogh
sobre las estrellas un poema de Benedetti,
y una canción de Serrat sería la serenata
que les ofrecería a la luna.

Regaría con lágrimas las rosas,
para sentir el dolor de sus espinas,
y el encarnado beso de sus pétalo…
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida…

No dejaría pasar un solo día
sin decirle a la gente que quiero, que la quiero.
Convencería a cada mujer u hombre de que son mis favoritos
y viviría enamorado del amor.

A los hombres les probaría cuán equivocados están,
al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen,
sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas,
pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.

A los viejos les enseñaría que la muerte
no llega con la vejez sino con el olvido.
Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres
He aprendido que todo el mundo quiere vivir
en la cima de la montaña,
Sin saber que la verdadera felicidad está
en la forma de subir la escarpada.

He aprendido que cuando un recién nacido
aprieta con su pequeño puño,
por vez primera, el dedo de su padre,
lo tiene atrapado por siempre.

He aprendido que un hombre
sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes,
pero realmente de mucho no habrán de servir,
porque cuando me guarden dentro de esa maleta,
infelizmente me estaré muriendo.

Johnny Welch.
Actor y ventrílocuo mexicano.

Hay que ser realmente idiota para…

Hay que ser realmente idiota para…

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto.

En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.

Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita.
Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas.
Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso –lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad– yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe “plop” y un tirón y no es más que corcho.

Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco).
Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine.

De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos.

Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia.

Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau.

Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta «L’année dernière à Marienbad», ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

 

Julio Cortázar.

Mi Beagle Molly

Ésta es la historia de una parejita que luego de unos cuantos años de novios tuvieron la iniciativa de irse a vivir juntos. Al principio todo iba bastante bien, pero ella no toleraba a la perrita que él había traído y por este motivo, luego de algunos días de interminables peleas, ella le dió un ultimátum : «o se va la perra o me voy yo».

El joven, entre la espada y la pared, no tuvo más alternativa que publicar un muy particular anuncio en las redes sociales. Éstas fueron sus inolvidables palabras:

«A mi novia no le gusta mi hermosa Beagle Molly, así que tengo que buscarle un nuevo hogar. Es de pura raza y la he tenido por más de 2 años. Le gusta mucho jugar pero no está que digamos muy bien domesticada, tiene el pelo largo y la pobrecita necesita bastantes cuidados, especialmente en las uñas, pareciera que le encanta tenerlas perfectas. Es bastante mañosa y suele quedarse la mayor parte de la noche despierta; por momentos pienso que debe dormir solamente mientras estoy en el trabajo, porque de otra forma no sé como aguanta… Sólo come la mejor comida y para peor, de la más cara. Tampoco tiene la costumbre de saludarte con alegría cuando llegas a casa y rara vez te da cariño, ni siquiera cuando más lo necesitas. Eso sí, no muerde, pero tiene un genio insoportable !!!
Así que… si alguien llega a estar interesado en mi egoísta, mala y para mí ya intolerable novia a punto de cumplir los 27 años, yo y mi perrita la queremos fuera lo antes posible !!! «

Ese niño que…

Ese niño que…

bien sabes que no es un rey,
tampoco un príncipe,
que no es el mejor
ni el más inteligente,
no es el que aprende todo más rápido
no fue el que primero caminó,
no va a ser el que el que lo tenga todo,
y al que seguramente la vida
le traerá como a todos,
tanto penas como alegrías,

pero…

es el centro de tu vida,
es por él que te preocupas de ser mejor,
es el que te robó toda la atención,
todo el tiempo,
es el que expandió todo el amor
que creías poder brindar hasta
niveles inimaginables,
es el que te tiene paralizado en el tiempo
y perdido en la añoranza,
el que organiza sin quererlo
todas tus prioridades
y el que con su mágica inocencia,
puede minimizar casi por completo
tus máximas preocupaciones.

Si ese niño del que hablamos
es además, el dueño absoluto
de todos tus sueños y pensamientos…

Ese niño, amigo mío, sin dudarlo…
es tu amado nieto.

Daniel Calcagni.

La obra maestra.

El mono tomó un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:

-¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.

Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello solo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina, no creerle al que vuela.
Álvaro Yunque. (Argentino)
(La Plata, 20/6/1989 – Tandil, 8/1/1982)