La dicha de vivir.

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.

-Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?

-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol-. Es como si aquel volviera a nacer en la pureza del párvulo…

-Así lo creía y por eso vengo.

-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?

-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.
Leopoldo Lugones.

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Un día como cualquier otro decidí triunfar…

Aquella vez decidí ser exitoso, y así, después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar…

Decidí no esperar a las oportunidades sino yo mismo buscarlas, decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución, decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis, decidí ver cada noche como un misterio a resolver, decidí ver cada Día como una nueva oportunidad de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival no eran más que mis propias debilidades, y que enfrentarlas es la única y mejor forma de superarme.

Descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fuera, y me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.

Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien: «Amigo».

Descubrí que «el amor es una filosofía de vida».

Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mí propia tenue luz de este presente.

Aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

 

Walt Disney.

A la vuelta de la esquina.

Me pareció despertar en el cuerpo de un extraño, una extraña para ser más preciso, podía presentir que era una hermosa y joven mujer. La débil y cálida brisa que acariciaba sus delicados brazos y los dulces aromas de primavera que llegaban a la habitación, me hicieron dar cuenta que podía percibir sus mismos sentidos. Podía oír el trinar de los pájaros y presenciar la florida plaza que se llegaba a ver desde la pequeña ventana por donde ella se asomaba.

Me preguntaba ¿cómo sería? ¿quién era?, ¿la conocería?, pero cómo veía a través de sus ojos, lo sabría sólo si pasara frente a un espejo, sin embargo se alejó de la ventana para sentarse en un pequeño escritorio de madera, prender el velador y tomar con sus manos, que también podía sentir como mías, lo que parecía un colorido diario íntimo. Lo abrió en su última página escrita y luego de tomar un bolígrafo, cerró por unos instantes sus ojos apagando por completo toda la visión que tenía de ese momento y haciendo que pierda por completo la sensación del tiempo transcurrido. No sabía si seguía soñando o si mi imaginación me estaba haciendo jugar alguna nueva instancia de vida…

Al abrirlos nuevamente noté que estaban inundados en lágrimas, increíblemente podía sentir como iban cayendo por sus mejillas, y fue tanta la angustia que me hicieron sentir que me propuse intentar leer lo que con una muy delicada escritura, lentamente iba plasmando en su diario personal. Mencionaba que lo amaba, que no podía vivir sin la esperanza de estar algún día a su lado, que no sabía cómo hacérselo saber, pero que él lo era todo y que aunque hayan sido tan pocos y cortitos los instantes en los que se habían podido cruzar, su sonrisa habría sido más que suficiente para hacer nacer en ella el gran amor de su vida. Subrayaba la frase donde pedía un milagro que la ayudara a poder dar ese paso que ni se animaba, ni sabía cómo dar.

Fue ahí cuando en realidad desperté, quedando no sólo con el completo recuerdo de ese extraño sueño, sino con el raro sentimiento de que no había sido simplemente uno más. Pero el día me esperaba como todos los otros y a mis obligaciones diarias me debería ocupar. Si bien tenía el presentimiento que algo distinto en esa jornada podría suceder, luego del rutinario trabajo y hasta la hora de regresar a casa, nada especial había pasado. Me acuerdo haber pensado que al menos un rico y gran chocolate me merecía, por lo que decidí antes de llegar a casa pasar por el kiosco que está cerquita de casa y sacarme esas tremendas ganas de terminar al menos ese día con algo diferente.

Luego de elegir la golosina que más deliciosa me pareció y darle a la joven que atendía el billete para pagarla, noté mientras me estaba dando el vuelto unas hermosas y muy delicadas manos que me resultaban conocidas. Fue entonces cuando levanté la vista y al verla bien a los ojos, su tierna y ansiosa mirada lograba dedicarme en el más maravilloso de los silencios y en un sólo y mágico instante, una a una todas esas hermosas palabras que se habían plasmado durante ese maravilloso sueño y que habían quedado firmemente grabadas en lo más profundo de mi corazón.

Y sí… el destino suele tener esas cosas… a veces raras, imaginativas y hasta inusuales maneras de hacerte ver que el amor y la felicidad se encuentran allí… a la vuelta de la esquina.

Daniel Calcagni.

El león y los gatos.

Un león se encontró con un grupo de gatos que conversaban. “Voy a comérmelos”, pensó. Pero, extrañamente, empezó a sentirse más tranquilo. Y decidió sentarse con ellos y prestar atención a lo que decían.

–Mi buen Dios –dijo uno de los gatos, sin darse cuenta de la presencia del león–. ¡Hemos orado toda la tarde! ¡Hemos pedido que lluevan ratones del cielo!

–¡Y, hasta ahora, ¡no ha pasado nada! –dijo otro–. ¿Será que el Señor no existe?

El cielo permaneció mudo. Y los gatos perdieron la fe.

El león se levantó y siguió su camino pensando: “Hay que ver lo que son las cosas. Yo iba a matar a estos animales cuando Dios me lo impidió. Y, sin embargo, ellos han dejado de creer en la Gracia Divina: estaban tan preocupados por lo que les faltaba que no repararon en la protección que recibían”.

 

(Extraído de por ahí, no pude confirmar la autoría)

Arena.

No hace mucho que dejó de llover y amaneció en el campo. El rastrojero avanza a los tumbos enterrándose en el barro. La marcha es cada vez más lenta. El motor se ahoga. En la caja del rastrojero viajamos la abuela, mi madre, mi hermana y yo. Viajamos abrazados, ahí atrás, entre valijas, bolsos y paquetes, protegidos por una lona. Es enero y vamos de vacaciones.

Unos parientes de la abuela tienen una casa en Santa Teresita. Y nos invitaron a pasar unos días.

A mi padre esos parientes no le caen simpáticos. Según la abuela, sus parientes prosperaron porque son trabajadores y creyentes. Si ellos pudieron tener una casa en la costa se debe a una recompensa del cielo. Dios ayuda a quienes trabajan, dice. Y lo mira a mi padre: No como algunos. Mi padre le contesta: Esclavos y chupacirios, dice mi padre. Eso es lo que son sus parientes.

La abuela se calla. Los ojos le brillan con malicia. Es cierto que la abuela admira a esos parientes suyos. Pero, mirando la situación desde otra perspectiva, cuando la abuela comenta la invitación a ir al mar que hicieron sus parientes esa admiración resulta, como nunca, otra forma de rebajar a mi padre, quien al hacerse delegado en cada sastrería en que empieza a trabajar, al poco tiempo es despedido por enfrentar a la patronal, y tiene que buscar otro empleo.

Me cuesta comprender por qué si mi padre desprecia a estos parientes de la abuela, no se opuso a que mi madre, mi hermana y yo viniéramos al mar. En estos días mi padre se empleó de nuevo en una sastrería. No puede disponer de francos. Pero vendrá a visitarnos apenas pueda. Los tiempos no están para andar haciéndose los ricos, dice la abuela. Sin duda alude a mi padre. Así es que con mi madre y mi hermana subimos a la caja del rastrojero de los parientes rumbo a Santa Teresita.

La casa de los parientes es un chalecito que se levanta en el campo, a unas cuantas cuadras del mar. Esta casa en la playa es otra ventaja de los parientes sobre mi padre. La abuela la aprovecha como propia. Los días se hacen largos, interminables, como las caminatas con mi madre por la playa. Para encontrar un almacén también es necesario caminar bastante. Santa Teresita es un pueblo incipiente entre cardales quemados por el sol, extensiones apenas alambradas que recién empiezan a delimitarse. El viento áspero y caliente levanta polvo y arena. Por las noches el viento trae el sonido del mar. Es bueno dormirse escuchando el oleaje como un susurro. Me duermo imaginando cómo será ir al mar con mi padre, cuando venga. Pero pasan los días y mi padre no viene.

Un domingo por la mañana mi madre nos lleva al pueblo. De un micro baja mi padre. Besa a mi madre, levanta en brazos a mi hermana y me palmea campechano. No, no trajo equipaje. Ni un bolsito, se divierte. Apenas esta campera que ahora se cuelga al hombro. Es que vino apenas por este domingo, porque mañana lunes debe estar otra vez en la sastrería. No quiere perder tiempo, me dice. Que lo acompañe al mar, me pide.

Es temprano todavía, pero el sol calcina. Con seguridad será un día pesado, sofocante. En lugar de ir a la casa mi padre prefiere ver antes el mar. Mi padre avanza con agilidad y rapidez. Y, a medida que nos aproximamos a la costa, mi madre y mi hermana van quedando rezagadas. Yo lo sigo al trote. Mi padre encara unos médanos. Trepamos. Mi padre primero. Y yo detrás. Hay un instante en que lo pierdo de vista. Mi padre ya pasó del otro lado del médano. Yo todavía estoy intentando alcanzar la cima. Y cuando la alcanzo, lo veo otra vez.

Allá abajo mi padre corre por la playa, hacia el mar. Se quita la campera, después la camisa. Sin perder el envión, los zapatos, las medias, los pantalones, hasta quedarse en esos calzoncillos anatómicos que usa. Corre sin parar hasta las primeras olas. Se zambulle. Una y otra vez asoma en la espuma y vuelve a clavarse en las olas. Mi padre no es un nadador experimentado. Su estilo es caótico, con mucho de improvisación. En sus brazadas se nota más esfuerzo que habilidad. Su silueta apenas se divisa a lo lejos. Pronto lo devoran las olas más altas y violentas.

Me apuro detrás suyo, juntando la ropa que dejó tirada en la arena. Freno antes de llegar al agua. Con terror advierto que su figura, una silueta hace un instante, ha desaparecido después de unas olas gigantescas. Ahora mi madre y mi hermana están a mi lado. Asustada, mi madre lo llama. Grita su nombre. Varias veces, al borde del llanto, lo grita. Mi voz se suma a la suya. Para mi hermana estamos jugando. Y se ríe imitándonos. La desesperación se apodera de nosotros. Gritamos al mar.

Mi padre tarda en insinuarse en la distancia. Cada tanto una ola vuelve a ocultarlo. Está intentando volver. La corriente lo tironea mar adentro, pero él, con su tozudez, obstinado, se las ingenia para nadar hacia la playa. Cuando emerge de entre las olas, ahora haciendo pie, levanta los brazos con una alegría de pibe, como invitándonos a una zambullida. Recién al acercarse, cuando está ya con nosotros, repara en la expresión angustiada de mi madre, su llanto. El susto de mi madre lo divierte.

En francés el mar es mujer, me dice. Tu madre se puso celosa. A mi padre el mar lo entusiasma. Y me cuenta esta historia. En el tercer día de la creación la Tierra era plana y las aguas la cubrían. Cumpliendo una orden de Dios, las aguas se distribuyeron recorriendo valles y montañas. Pero las aguas eran arrogantes. Y se levantaron amenazando anegarlo todo. Dios las reprendió y puso un pie frente a ellas estableciendo el límite del mar. Cuando las aguas vieron la arena se burlaron. Los granos de arena eran insignificantes. “No les tememos”, dijo una ola. Y otra: Cualquiera de nosotras, aún la más pequeña, puede destruirlos.” Los granos de arena se aterraron. Pero uno dijo: “Es cierto que somos insignificantes cuando estamos separados y hasta una brisa suave nos puede disolver. Pero también es verdad que si nos unimos podemos resistir el embate de las aguas arrogantes”.

Le pregunto a mi padre si cree en Dios.

Creo en los granos de arena, me dice.

Y, atravesando el campo, caminamos los cuatro, mi padre, mi madre, mi hermana y yo, por una calle de arena hacia la casa de los parientes.

Guillermo Saccomanno
(De Cuentos al sur del mundo)

No es una simple historia más…

Mi esposa y yo teníamos dos perros que habíamos adoptado desde mucho antes de conocernos y más vale, seguimos con ellos, o ellos siguieron con nosotros, durante nuestro maravilloso matrimonio. Sin embargo el perro de mi esposa era una cruza Pitbull con Labrador, de nombre Zack, y quizás por celos, nunca terminaba de aceptarme totalmente.
 
Cuando nuestra hija nació acordamos con mi esposa, si bien no nos iba hacer ninguna gracia, que si veíamos que Zack podía llegar a ser un riesgo para la bebé, le íbamos a tener que buscar algún otro hogar donde le pudieran dar el mismo amor y atención que nosotros le dábamos.
Trajimos a nuestra hija a la casa en su asiento de auto, y ambos perros se acercaron a olerla, lamerla y con un claro sentimiento de aceptación moviendo sus colas. Hasta nos sorprendió el hecho de tener que retirar a Zack de su lado porque simplemente no dejaba de lamerla.
 
Zack se convertiría desde ese instante en un inseparable protector de mi hija; a tal punto era su compañero, que cuando ella se recostaba sobre su mantita en el suelo, él siempre tenía una pata sobre la manta y no le quitaba ni por un momento la mirada de encima.
 
Zack amó a mi hija inmensamente tanto como ella lo amó a él y a medida que ella fue creciendo, siempre la acompañaba a la cama para dormir a un costado de ella. De alguna forma él sabía cuándo ya era la hora de subir las escaleras para ir a la cama y solía quedarse al pie de éstas, cómo esperándola, para luego seguirla mientras las subía para ir a descansar.
 
Por desgracia Zack fue envenenado por algún torpe y malintencionado chico del vecindario, y fue cuando pasamos uno de los peores días de nuestras vidas. Observar a mi hija decirle adiós mientras yacía sobre el piso de la cocina, mientras los ojos de Zack, como sabiendo cual iba a ser su desenlace, no dejaba de demostrarnos todo el amor que nos tenía. Con profundo dolor ninguno de nosotros podía parar de llorar.
 
A las 8 de la noche de ese día y mientras mi hija caminaba hacia las escaleras para ir a la cama, los tres nos dimos cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir. El tiempo pareció detenerse por algunos segundos y un angustiante silencio dejaba en evidencia que tras 5 años ininterrumpidos, Zack no estaría allí para acompañarla…
 
Fue entonces cuando nuestra adorada hija nos miró a su madre y a mí con una evidente expresión de horror y pánico que golpeó certeramente en lo más profundo de mi corazón.
 
Fue en ese momento que mi perro, quien también amaba profundamente a mi hija pero que simplemente no podía compararse con Zack, se puso de pie, caminó hacia ella, la rozó cariñosamente con su cabeza y mirándola con una expresión como dándole a entender que también podía contar con él, subieron juntos las escaleras mientras mi hija lo sujetaba fuertemente de su cuello.
 
Durante los siguientes seis años, hasta su muerte, Sam esperó por ella, cada noche, al pie de las escalera.
 
Amor, humildad y grandeza… ¿Qué más…?

Ante la Ley.

Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley.
El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada.
El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. ‘Es posible’, dice el guardián, ‘pero no ahora’.
 
Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar.
El guardián se ríe, y le dice: ‘Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes.
Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar’.
 
El hombre no ha previsto esas trabas.
Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar.
El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones.
El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía.
 
El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: ‘Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.’
En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley.
 
En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo.
El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo.
 
Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas.
 
El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo.
‘¿Qué pretendes ahora?’, dice el guardián; ‘eres insaciable’,
 
‘Todos se esfuerzan por la Ley’, dice el hombre. ‘¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?’
 
El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga:
‘Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla’.
 
Franz Kafka.

Pobre planificación.

Un poco de humor siempre hace bien… quién no tuvo algún pequeño accidente de trabajo.

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De: Aseguradora de riesgo de trabajo. A.R.T.
A: Eusebio González.
Asunto: Clarificación del Párrafo Nro. 3

En su relato de accidente indica Ud. en el párrafo Nro. 3 “Pobre planificación” como la causa del accidente. Teniendo en cuenta que los gastos médicos exceden los tres millones de pesos y que el período de hospitalización sobrepasa los seis meses, nos gustaría que nos explicara un poco más detenidamente la naturaleza de su accidente.

Atentamente
A.R.T.

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De: Eusebio González.
A: Aseguradora de riesgo de trabajo.
Asunto: Solicitud de aclaración del párrafo 3.

Escribo esto en respuesta a su petición de información adicional sobre el párrafo número 3 del parte de accidente. Puse “Pobre planificación” como la causa de mi accidente y debido a que Usted dijo en su carta que debería explicarme más detalladamente, creo que los siguientes detalles serán suficientes.

El día del accidente estaba trabajando solo en la sección superior de mi nueva torre de antena de 14 metros de altura, instalando un conector RS 232 para el módem de la estación base. Cuando terminé mi trabajo descubrí que había traído, después de diversos viajes a la cima, más de 150 kilos de herramientas y materiales. Mejor que transportar abajo las ahora innecesarias herramientas y material a mano, decidí bajarlas en un barril usando una polea que, afortunadamente, había colocada en lo alto de la torre.

Asegurando la cuerda a nivel del suelo, subí a la parte alta de la torre y cargué los utensilios en el barril. Luego bajé de nuevo al suelo y solté la cuerda, agarrándola fuertemente para asegurar el lento descenso de los 150 Kg. de materiales. Notará Ud. en el párrafo 11 del parte de accidente que sólo peso 75 Kg.

Debido a mi sorpresa al ser arrancado del suelo tan súbitamente, perdí la presencia de ánimo y olvidé soltar la cuerda. No hace falta decir que ascendí a una velocidad creciente hacia la cima de la torre. Cerca de los siete metros de altura me encontré con el cubo de herramientas y materiales que bajaba. Ello explica la fractura de cráneo y el cuello roto.

Ligeramente frenado, continué mi rápido ascenso, sin parar hasta que los dedos de mi mano derecha fueron dos muñones introducidos en la polea. Afortunadamente, en este momento mi sorpresa inicial me había abandonado y tuve la entereza suficiente para no soltar la cuerda a pesar de mi dolor. Esto explica las múltiples fracturas de mi mano derecha.

Aproximadamente al mismo tiempo, sin embargo, el cubo de herramientas golpeó el suelo y se tumbó, arrojando la mayor parte de los materiales. Sin el peso de los mismos, el cubo pesaba ahora 10 kilos. Me remito de nuevo al Bloque 11 que se refiere a mi peso. Como puede imaginar, comencé un más bien rápido descenso de la torre.

De nuevo en las proximidades de los siete metros, me encontré con el balde y el resto de los materiales que subían, ésta es la causa de los dos tobillos fracturados y las heridas en mis piernas y en mis partes nobles.

El encuentro con el barril me frenó lo bastante para disminuir mis heridas cuando golpeé con la pila de materiales del suelo y, afortunadamente, sólo se me rompieron seis vértebras y cuatro costillas.

Lamento informar que cuando quedé caído entre los materiales y las herramientas, dolorido, incapaz de ponerme en pie…. de nuevo perdí la presencia de ánimo …. y solté la cuerda, perdiendo el conocimiento a los pocos segundos, calculo mas o menos en el momento que el balde vacio con el resto de las herramientas pegó de lleno en mi cabeza.

Habiendo aclarado lo suficiente el asunto y con el convencimiento de que Usted pueda comprender que un accidente de trabajo le puede suceder a cualquiera.

Dolorosamente suyo:

Eusebio González.

Un nudo en la sábana.

En una junta de padres de familia de cierta escuela, la Directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres de la comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicarle a sus hijos, entenderlos y acompañarlos en su niñez.

Sin embargo, la directora se sorprendió mucho cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo y cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto.

Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia y que lo lamentaba cada día de su vida pero no encontraba otra manera de hacerlo.  Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia, él hacía un nudo en la punta de la sábana. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo.
Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos.

La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese señor, era uno de los mejores alumnos de la escuela.

El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse con otros. Aquél padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo.

Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que olvidamos lo principal que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquél hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.

Es válido que nos preocupemos por las personas pero es más importante que ellas lo sepan y que puedan sentirlo. Para que exista la comunicación, es necesario que las personas “escuchen” el lenguaje de nuestro corazón, pues, en materia de afecto, los sentimientos siempre hablan más alto que las palabras.

Es por ese motivo que un beso, revestido del más puro afecto, cura el dolor de cabeza, el raspón en la rodilla y el miedo a la oscuridad.

“Vive de tal manera, que cuando tus hijos piensen en justicia, cariño, amor e integridad, piensen en ti.”

No esperemos peras del olmo

Si lo poco de muchos es igual a lo mucho de pocos… pero quienes tienen el poder son los pocos que tienen mucho y no los muchos que tienen poco… imagina cual es el paradigma que deberemos seguir.

Cuenta una historia que …

Un grupo de científicos encerró a cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando uno de los monos intentaba subir la escalera para agarrarlas los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que se quedaban en el suelo. Pasado algún tiempo, los monos aprendieron de esta manera que la única posibilidad de no recibir el chorro de agua helada era no permitir que alguno de ellos fuera a tomarlas, por lo que utilizaban la fuerza si hacía falta para lograr que nadie suba la escalera. Después de haberse repetido varias veces la experiencia, ningún mono osaba subir la escalera, a pesar de la tentación de los ricos plátanos.

Fue así como los científicos sustituyeron a uno de los monos por otro nuevo. Lo primero que hizo el mono novato al notar que arriba de la escalera había bananas fue intentar subir la escalera para tomarlas, sin embargo los otros rápidamente lo bajaron y castigaron antes de que saliera el agua fría sobre ellos. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo nunca más subió por la escalera.

Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo con el que entró en su lugar. El primer sustituido participó con especial entusiasmo en la paliza al nuevo. Y así lo hicieron con un tercero y luego con el cuarto hasta que finalmente todos los monos originales fueron sustituidos.

La nueva situación no era otra que contábamos con un grupo de cinco monos que, a pesar de no haber recibido nunca una ducha de agua fría, continuaban golpeando a aquél que intentaba llegar hasta los plátanos.

Si fuera posible preguntarle a cualquiera de ellos por qué le pegaban con tanto ímpetu al que intentaba subir a por los plátanos, con certeza la respuesta sería la siguiente:

“No tengo la menor idea… Aquí, las cosas siempre se han hecho así…”.

——

Muchos de los que están gobernándonos, y no hablo sólo de nuestro país (el mundo es mucho más chico y más frágil de lo que pensamos), nunca van a necesitar jubilarse, ni buscar trabajo, ni esforzarse en sus tareas, ni privarse de abundantes manjares, ni de alocadas y muy costosas vacaciones; nunca van a saber lo que se siente tener frío, hambre o “sencillamente lo que significa la desprotección…”

… No esperemos peras del olmo…

 

Vuela…

Cuenta la historia que un paisano de regreso a su casa encontró un huevo muy grande.
Nunca había visto nada igual y decidió llevarlo a su casa.

– ¿Será de un avestruz? -le preguntó a su mujer.

– No. Yo los conozco y son muy diferentes -dijo el abuelo.

– ¿Y si lo comemos? -propuso el ahijado- Parece muy rico.

– Es una lástima. Perderíamos la oportunidad de ver que nace -respondió cuidadosa la abuela-.

Y ante la duda lo colocaron debajo de la gran pava que tenían y que justo en esos momentos estaba empollando huevos.

– Quién sabe, tal vez con el tiempo pudiera nacer algo -afirmó el paisano-.

Y fue así que a los quince días nació una particular cría de color oscuro, era más grande de lo normal y tenía una actitud algo nerviosa, actuaba con mucha avidez.
Comió todo el alimento que encontró a su alrededor y luego miró a la madre con vivacidad como diciéndole con mucho entusiasmo:

– Bueno, ahora vamos a volar !!!

La mamá pava se sorprendió muchísimo de la actitud de su flamante cría y le explicó:

– Mira, los pavos no vuelan. Me parece que te sienta mal comer de prisa. Tienes que tratar de comer más despacio y en su justa medida.

Sin embargo el audaz pavito al terminar siempre su almuerzo o cena, su desayuno o merienda, los invitaba a sus hermanitos a volar.

– Vamos, muchachos ¡a volar! ¡a volar!

Todos los pavos se cansaban de explicarle una y otra vez:

– Los pavos no vuelan. A ti te sienta mal la comida.

Y fue así que el pavito empezó a hablar más de comer y menos de volar.
Y creció, creció y creció hasta morir en la pavada general.

Sin embargo era un cóndor y había nacido para volar hasta los 7,000 metros de altura… para llegar a la cima, a lo más alto… ¡Pero claro, en su medio, nadie volaba… y todos le decían, porque así lo creían, que volar… era imposible.

(Una humilde adaptación muy personal de un hermoso cuento escrito por el Padre Mamerto Menapace, monje benedictino de Los Toldos, Buenos Aires, Argentina)

***
El riesgo de morir en la “pavada general” puede ser muy grande cuando nadie vuela a tu alrededor !!! Muchas puertas podrán estar abiertas porque nadie las cierra, pero otras podrán estar cerradas de por vida si esperas que alguien venga a abrirlas por tí…

“Abre todas las puertas que creas necesario, si no son las correctas siempre habrá tiempo y lugar para las disculpas, pero si lo son… podrás volar si ése era tu destino”

Ámala.

Ámala, hazla sentir única e irreemplazable, dile en todo momento lo bella que la ves, respétala y siente admiración por su género, protégela en todo lo que esté a tu alcance y nunca dejes que sienta tu ausencia cuando te necesite. Si lo haces, y tienes la suerte que te ame, te haga sentir único e irremplazable, sea tu admiradora y te haga sentir en todo momento que puedes contar con ella… , habrás alcanzado el cielo estando vivo, no conocerás los celos ni las peleas, conocerás el poder de tomarse las manos, venerarás la verdad y no podrás entender nunca la mentira, tus hijos sabrán el verdadero valor del amor, la paz, la unión y la familia, y juntos podrán enfrentar con muchas más fuerzas cualquier reto del destino.

Ámala !!!

Y verás que sólo el mañana va a ser un poquito mejor que el hoy…

Los cuatro acuerdos Toltecas.

Los cuatro acuerdos Toltecas.

Los toltecas una de las tribus de Mesoamérica, cuya lengua era el Náhuatl, se establecieron en el centro de México en Tula que se convirtió luego en un imperio

que dominaba el centro de México ya hacia el año de 1050 DC. Poseían una cultura muy rica siendo su Dios principal Quetzalcóatl, dios del bien, hombre y sacerdote, símbolo de inteligencia de este pueblo.

El conocimiento esotérico de los toltecas fue transmitido de generación en generación, siendo el Dr Miguel Ruíz un náhualt perteneciente al linaje tolteca especificadamente a los «guerreros del águila». El Dr. Miguel Ruíz es maestro tolteca y es el autor del libro «Los cuatro acuerdos», tratado de sabiduría tolteca que nos enseña cuatro verdades tan simples y tan poco usadas por nosotros en nuestra sociedad actual.

El Dr. Miguel Ruíz nos dice en el prólogo de su libro «Los cuatro acuerdos» nos dice:

“No hay razón para sufrir. La única razón por la que sufres es porque así tú lo exiges. Si observas tu vida encontrarás muchas excusas para sufrir, pero ninguna razón válida. Lo mismo es aplicable a la felicidad. La única razón por la que eres feliz es porque tú decides ser feliz. La felicidad es una elección, como también lo es el sufrimiento”.

Nosotros en nuestra socialización primaria y secundaria vamos haciendo acuerdos, que son las enseñanzas que nos van transmitiendo nuestros padres y nuestros maestros y educadores, en toda nuestra vida vamos sufriendo un proceso de «domesticación», donde se nos enseña lo bueno y malo, las creencias que ya existían antes de que nosotros naciéramos, aquellas seleccionadas por otros pero no por nosotros.

Estas creencias nos harán felices o infelices, dependiendo de su energía y de cómo las usemos en nuestras vidas. Dice el Dr Ruiz en su libro:

«Toda la humanidad busca la Verdad, la justicia y la belleza. Estamos inmersos en una búsqueda eterna de la Verdad porque sólo creemos en las mentiras que hemos almacenado en nuestra mente. Buscamos la justicia porque en el sistema de creencias que tenemos no existe. Buscamos la belleza porque, por muy bella que sea una persona, no creemos que lo sea. Seguimos buscando y buscando cuando todo está ya en nosotros. No hay ninguna Verdad que encontrar. Dondequiera que miremos, todo lo que vemos es la Verdad, pero debido a los acuerdos y las creencias que hemos almacenado en nuestra mente, no tenemos ojos para verla»

Estamos ciegos ya que nos somos capaces de ver más allá de todas las creencias que nos han inculcado, es como si tuviéramos una especie de venda en los ojos que no nos deja ver más allá de lo aprendido, no no deja descubrir «nuestra verdad».

No solemos aceptarnos como somos en ese afán por ser como los demás quieren que seamos o esperan que seamos, por lo cual dejamos a un lado nuestra autenticidad para cumplir «acuerdos tácitos» o socializaciones de otros, por lo que no vemos nuestra verdad, la luz que vibra en nuestro interior y que todos poseemos.

Hemos hecho acuerdos con los demás pero también con nosotros mismos, las creencias que tenemos sobre quiénes somos, qué sentimos, qué deseamos, muchos de esos acuerdos no nos satisfacen, por lo que debemos de tener el coraje de cambiarlos, dice al respecto el Dr Ruiz:

«Si somos capaces de reconocer que nuestra vida está gobernada por nuestros acuerdos y el sueño de nuestra vida no nos gusta, necesitamos cambiar los acuerdos. Cuando finalmente estemos dispuestos a cambiarlos, habrá cuatro acuerdos muy poderosos que nos ayudarán a romper aquellos otros que surgen del miedo y agotan nuestra energía. Cada vez que rompes un acuerdo, todo el poder que utilizaste para crearlo vuelve a ti.»

Es decir que en nosotros está la capacidad de romper acuerdos que nos maltratan, que nos roban la autoestima, que nos hacen sentir infelices y rechazados, acuerdos con los otros y con nosotros mismos que hemos adoptado en la creencia de que es el imperativo categórico de Kant, «el deber ser» .

De allí que al romper nuestros viejos acuerdos, toda la energía que hemos puesto en esos acuerdos al crearlos y sostenerlos volverá a nosotros y podremos crear nuevos acuerdos, en especial los cuatro acuerdos de sabiduría tolteca que nos enseña el Dr. Ruiz en su libro.

Acuerdos

Les hablaré resumidamente de cada uno de ellos.

* Primer acuerdo:

Sé impecable con las palabras.

Es el acuerdo más importante y más difícil quizá de cumplir. Ya todos sabemos del poder que tiene el verbo, la palabra, de la energía que encierran las palabras, la energía que le imprimimos desde las emociones, y lo difícil que se hace volver atrás con las palabras una vez dichas. Dice el Dr. Ruiz que toda la magia se encierra en las palabras, si las utilizas bien crearás «magia blanca» si las utilizas mal, será «magia negra».

Las palabras ejercen una gran influencia sobre quienes las escuchan. Todos somos magos, hacedores de magia con las palabras, con ellas podemos destruir o podemos construir, depende del sentido y la intención que le imprimamos.

Por qué ser «impecable» con las palabras?

Porque la palabra impecable significa exento de pecado, quiere decir no usar las palabras en contra de nosotros. Cada palabra que digo en bien o en mal regresa a mi con toda su carga energética. Las personas que nos maldicen, insultan o hieren verbalmente se crean un daño a sí mismas, ya que el todo el veneno que hay en esas palabras generarán sentimientos negativos hacia esa persona, el que las escucha generará odio hacia esa persona que las dice, y ese odio se vuelve en contra del que ofende. Lo mismo ocurre con las palabras de amor, palabras buenas generarán acciones buenas, palabras malas, acciones malas.

Cada vez que usamos nuestras palabras en sentido negativo creamos un hechizo de magia negra, como ésta historia que nos relata el Dr. Ruiz en su libro:

«Había una vez una mujer inteligente y de gran corazón. Esta mujer tenía una hija a la que adoraba. Una noche llegó a casa después de un duro día de trabajo, muy cansada, tensa y con un terrible dolor de cabeza. Quería paz y tranquilidad, pero su hija saltaba y cantaba, alegremente. No era consciente de cómo se sentía su madre; estaba en su propio mundo, en su propio sueño. Se sentía de maravilla y saltaba y cantaba cada vez más fuerte, expresando su alegría y su amor.

Cantaba tan fuerte que el dolor de cabeza de su madre aún empeoró más, hasta que, en un momento determinado, la madre perdió el control. Miró muy enfadada a su preciosa hija y le dijo:

«¡Cállate! Tienes una voz horrible.¿Es que no puedes estar callada?».

Lo cierto es que, en ese momento, la tolerancia de la madre frente a cualquier ruido era inexistente; no era que la voz de su hija fuera horrible. Pero la hija creyó lo que le dijo su madre y llegó a un acuerdo con ella misma. Después de esto ya no cantó más, porque creía que su voz era horrible y que molestaría a cualquier persona que la oyera.

En la escuela se volvió tímida, y si le pedían que cantase, se negaba a hacerlo. Incluso hablar con los demás se convirtió en algo difícil. Ese nuevo acuerdo hizo que todo cambiase para esa niña: ‘creyó que debía reprimir sus emociones para que la aceptasen y la amasen’.

Siempre que escuchamos una opinión y la creemos, llegamos a un acuerdo que pasa a formar parte de nuestro sistema de creencias. La niña creció, y aunque tenía una bonita voz, nunca volvió a cantar.

Desarrolló un gran complejo a causa de un hechizo; un hechizo lanzado por la persona que más la quería: su propia madre, que no se dio cuenta de lo que había hecho con sus palabras. No se dio cuenta de que había utilizado magia negra y había hechizado a su hija. Desconocía el poder de sus palabras, y por consiguiente no se la puede culpar.

Hizo lo que su propia madre, su padre y otras personas habían hecho con ella de muchas maneras diferentes: utilizar mal sus palabras.»

Vemos pues que también nosotros hemos hecho hechizos a más de uno en nuestras vidas, incluyendo a nuestros hijos, cuando le decimos:

«Tú no sirves para ésto o aquello, mejor estudia ésta o aquella profesión»,

» Te falta inteligencia»,

«Eres feo»,

«Nunca lograrás nada en la vida», etc..

Todas éstas sentencias son hechizos de magia negra que usamos sin saber el poder que tienen en la vida del que las recibe y en nuestra vida, ya que toda la mala energía se volverá contra nosotros algún día.

Intentemos siempre entonces… » ser impecables con las palabras. »

* Segundo acuerdo:

No tomarte nada personalmente.

No debemos tomarnos las palabras de los demás ni sus acciones de modo personal, ya que cada persona tiene su propio mundo de creencias, sus propios acuerdos, y lo que diga o haga no tiene que ver con nosotros ni con nuestro mundo sino con el de esa persona; como ella lo ve y siente.

Cuando no nos tomamos las palabras o acciones de modo personal, nos volvemos inmunes a su veneno, no nos afectan.

Dice el Dr. Ruiz:

«No te tomes nada personalmente porque, si lo haces, te expones a sufrir por nada. Los seres humanos somos adictos al sufrimiento en diferentes niveles y distintos grados; nos apoyamos los unos a los otros para mantener esta adicción. Hemos acordado ayudarnos mutuamente a sufrir. Si tienes la necesidad de que te maltraten, será fácil que los demás lo hagan. Del mismo modo, si estás con personas que necesitan sufrir, algo en ti hará que las maltrates. Es como si llevasen un cartel en la espalda que dijera:

«Patéame, por favor».

Piden una justificación para su sufrimiento. Su adicción al sufrimiento no es más que un acuerdo que refuerzan a diario. Vayas donde vayas, encontrarás a gente que te mentirá, pero a medida que tu consciencia se expanda, descubrirás que tú también te mientes a ti mismo. No esperes que los demás te digan la verdad, porque ellos también se mienten a sí mismos. Tienes que confiar en ti y decidir si crees o no lo que alguien te dice…

Si alguien no te trata con amor ni respeto, que se aleje de ti es un regalo. Si esa persona no se va, lo más probable es que soportes muchos años de sufrimiento con ella. Que se marche quizá resulte doloroso durante un tiempo, pero finalmente tu corazón sanará. Entonces, elegirás lo que de verdad quieres. Descubrirás que, para elegir correctamente, más que confiar en los demás, es necesario que confíes en ti mismo. Cuando no tomarte nada personalmente se convierta en un hábito firme y sólido, te evitarás muchos disgustos en la vida.»

No tomarse las cosas personalmente es algo que no hacemos, siempre estamos pensando que los demás la tienen tomada en contra de nosotros, que las personas dicen o hacen algo en nuestra contra, que siempre hablan de nosotros, que siempre comentan de nosotros, etc…

Tenemos que aprender a ver a las personas y sus opiniones como algo que es problema de ellos, no nuestro, ni tiene que ver con nuestra valía como ser humano,

si te insultan y te dicen que eres un miserable, pues bien, eso es un concepto que pertenece a esa persona, es algo que ella ve así según los acuerdos que ha hecho en su socialización, pero que no tiene nada que ver contigo.

* Tercer acuerdo:

No hagas suposiciones

El hacer suposiciones siempre nos trae decepciones. Nos pasamos la vida suponiendo cosas que no son ciertas, que creemos ver o saber, éste tercer acuerdo va de la mano con el segundo acuerdo, no tomarse nada personalmente. El suponer siempre crea problemas, ya que cuando suponemos lo hacemos basado en nuestros propias percepciones de la realidad, en lo que creemos que es, y entonces no conocemos la verdad, cuando suponemos algo de una persona, en éste caso de nuestra pareja, suponemos que sabía algo, y luego cuando comprobamos que no es así, nos ofendemos, pero no aclaramos con ella las cosas de antemano antes de suponer. Siempre la verdad por delante es lo mejor. No es bueno suponer, pero siempre lo estamos haciendo sobre todo lo que nos rodea, ya que necesitamos saber, conocer y tener explicaciones de las cosas, aunque éstas sean erradas.

Respecto a éste tercer acuerdo dice el Dr Ruiz:

«La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular. Una vez escuches la respuesta, no tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la verdad. Asimismo, encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo el mundo tiene derecho a contestarte «sí» o «no», pero tú siempre tendrás

derecho a preguntar.

Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a preguntarte y tú tienes derecho a contestar «sí» o «no». Si no entiendes algo, en lugar de hacer una suposición, es mejor que preguntes y que seas claro. El día que dejes de hacer suposiciones, te comunicarás con habilidad y claridad, libre de veneno emocional. Cuando ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán impecables.»

* Cuarto acuerdo:

Haz siempre tu máximo esfuerzo.

Este acuerdo es el que permite que los otros acuerdos se conviertan en hábitos internalizados dentro de nosotros. Se trata de dar siempre lo mejor de uno en cualquier situación. Si hacemos nuestro mejor esfuerzo nunca nos sentiremos culpables de no haberlo intentado lo suficiente, ni sentiremos frustración ni sentimientos de culpa. Solemos decirnos, » Es que si hubiese hecho más… es que si al menos le hubiera ayudado un poco más…», o » Fracasé porque no lo intenté lo suficiente, no puse todo el empeño que debía» y frases parecidas.

Hacer nuestro máximo esfuerzo y disfrutarlo es aceptarnos a nosotros mismos sin reproches ni quejas, si damos lo mejor en cada acción, a pesar de que no logremos nuestra meta, no podremos sentirnos frustrados o fracasados, simplemente no estaba para darse, pero no por no haberlo intentado con nuestro mayor esfuerzo.

***

Una pequeña historia:

«Había una vez un hombre que quería trascender su sufrimiento, de modo que se fue a un templo budista para encontrar a un maestro que le ayudase. Se acercó a él y le dijo:

«Maestro, si medito cuatro horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?».

El maestro le miró y le respondió:

«Si meditas cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años».

El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo:

«Maestro, y si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?».

El maestro le miró y le respondió:

«Si meditas ocho horas al día, tal vez lo lograrás dentro de veinte años».

«Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más?», preguntó el hombre.

El maestro contestó:

«No estás aquí para sacrificar tu alegría ni tu vida. Estás aquí para vivir, para ser feliz y para amar. Si puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación, pero utilizas ocho, sólo conseguirás agotarte, apartarte del verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz tu máximo esfuerzo, y tal vez aprenderás que independientemente del tiempo que necesites para meditar, también puedes vivir, amar y ser feliz».

***

«Verdaderamente, para triunfar en el cumplimiento de estos acuerdos necesitamos utilizar todo el poder que tenemos. De modo que, si te caes, no te juzgues. No le des a tu juez interior la satisfacción de convertirte en una víctima. Simplemente, te levantas y empiezas otra vez, y si hiciera falta… desde el principio.»

Temores…

Temía estar solo hasta que aprendí a disfrutar de mi propia compañía,
temía fracasar y me di cuenta que era una buena oportunidad para aprender,
temía a lo que opinaran los demás y supe que lo importante era mi opinión,
temía la ingratitud y encontré que el dar era mi mayor alegría,
temía que me rechazaran y reconocí que los rechazos estaban en mi mente,
temía el dolor hasta que aprendí que de ellos uno crece,
temía a la verdad y descubrí en ella la única oportunidad de liberarme,
temía al odio hasta que me di cuenta que sólo es producto de la ignorancia,
temía a la oscuridad hasta que pude encontrar mi propio brillo,
temía a la muerte hasta que aprendí a vivir con plenitud cada instante,
temía al resentimiento hasta que me di cuenta que es a mí al único que dañaba,
temía el ridículo hasta que aprendí a reírme de mí mismo,
temía envejecer hasta que encontré que cada estación tiene su propio encanto,
temía al pasado hasta que comprendí que sólo hay que saber aceptarlo,
temía a mi destino, hasta que pude hacerme de fuerzas para enfrentarlo,
temía al cambio hasta que encontré que en él siempre se encuentran nuevos tesoros,
pero si es que hay algo que por mucho, mucho temo…
es el que algún día, no pueda contar contigo.