Su nombre es María Quinteros y su primer día de clase de 5º grado lo inició diciendo a los niños una inocente mentira. Como casi todos los maestros lo hacían, ella miró a sus alumnos y les dijo que a todos los querría por igual. Pero eso no era posible, porque ahí en la primera fila, desparramado sobre su asiento, había un niño llamado Facundo Moreno.
La Sra. Quinteros venía observando a Facundo desde el año anterior y no había dejado de notar que él no jugaba cómo lo hacían los otros niños, su ropa estaba muy descuidada y hasta se podía percibir que a veces necesitaba darse un buen baño. Facundo había comenzado a ser para ella un tanto desagradable.
Hasta llegó el momento en que la Sra. Quinteros parecía disfrutar el marcar con una fibra roja una gran «X» en los trabajos muchas veces incompletos que presentaba Facundo. Luego los complementaba colocando un cero muy llamativo en la parte superior de sus tareas.
En la escuela donde la Sra. Quinteros enseñaba, le era requerido revisar asiduamente los historiales de cada niño e ir completándolos a medida que iban avanzando los días. Cuando tuvo que revisar el expediente de Facundo se llevó una gran y angustiante sorpresa.
La Maestra de primer grado había escrito: “Facundo es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera muy prolija e impecable y tiene muy buenos modales… es un verdadero placer tenerlo cerca».
Su maestra de segundo grado escribió: “Facundo es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se lo nota muy preocupado y hasta algunas veces con falta de atención porque su madre está gravemente enferma y el ambiente en su casa debe ser muy difícil de sobrellevar».
La maestra de tercer grado escribió: «Lamentablemente su madre ha fallecido y sin dudas habrá sido muy duro para él. Trata de hacer su mejor esfuerzo, pero su padre no muestra mucho interés en él y creo que el ambiente en su casa lo terminará afectando tanto en el desempeño de sus obligaciones como en su conducta si no se toman las urgentes medidas necesarias».
Su maestra de cuarto grado lo hacía de esta manera: “Facundo se encuentra muy atrasado en sus estudios si los comparamos con los de sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones se duerme en clase».
Ahora la Sra. Quinteros se había dado cuenta del verdadero problema del pobre Facundo y estaba muy apenada con ella misma. Cuenta que un día que jamás podrá olvidar, sus alumnos les llevaron regalos por el día del maestro, todos envueltos con preciosos moños y papel brillante, excepto el de Facundo. Su regalo estaba mal envuelto con un papel viejo y amarillento que él había tomado de una bolsa de papel. A la Sra. Quinteros le dio un muy raro sentimiento abrir ese regalo en medio de los otros presentes, hasta algunos niños comenzaron a reír cuando una vez descubierto el regalo, encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume con solo un cuarto de su contenido. Sin embargo ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras que se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca. Facundo Moreno se quedó ese día, una vez terminada la clase, el tiempo suficiente como para ser el último en abandonar la sala y aprovechar para decirle a su maestra: “Sra. Quinteros, hoy usted huele como solía oler mi mamá… y me encanta.» Después de que el niño se fuera, ella quedó llorando un largo rato.
Desde ese día, ella notó que debería cambiar su modo de enseñar a los niños. No tanta aritmética y gramática, ni tantas lecturas y escrituras, sin antes prestarles la debida atención a cada uno de sus tiernos alumnos, sin dejar de poner todo el amor y el cuidado que cada uno de ellos se merecían. Habría comenzado a educar a los niños de otro manera, con un sentimiento que desde ese día, su corazón nunca le dejaría de dictar.
Y más vale… la Sra. Quinteros pondría una atención especial en Facundo.
Conforme comenzó a trabajar con él, Facundo comenzó a revivir. Mientras más lo apoyaba, él más rápido respondía.
Para el final del ciclo escolar, Facundo se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira, de que quería a todos sus alumnos por igual, Facundo se convirtió en uno de los consentidos de la maestra.
Dos años después, ella encontró una nota debajo de su puerta, era de Facundo, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Cinco años después, más o menos por la mismas fechas, recibió otra nota de Facundo, ahora lo hacía diciéndole que había terminado el secundario siendo el tercero de su clase y que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Años después recibió una más, otra que decía que a pesar de que en ocasiones las cosas les fueron muy duras, logró mantenerse en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores. Jamás dejaba de reiterarle que seguiría siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y claro, su favorita.
La Sra. Quinteros recibió desde ese entonces algunas otras cartas, en ellas Facundo le iba contando de su vida, sus estudios, sus viajes, y en donde nunca dejaba de hacerle el comentario que jamás podrá olvidarse de ella, pues simplemente habría sido para él la mejor maestra que Dios pudo haber puesto en su camino y que por ello estaría por siempre en su corazón. En estas últimas, y para el mayor de los orgullos de la fiel maestra, las firmaba como el Dr. Facundo Moreno.
Pero la historia no termina aquí, existe una carta más, una en la que Facundo ahora le decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse y que para él no habría mayor honor si ella aceptara ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio. Por supuesto que la Sra. Quinteros aceptaría y para la mejor de las sorpresas de Facundo, ella llegó usando el viejo brazalete y asegurándose usar el mismo perfume que aquel inolvidable día, ese maravilloso niño le habría regalado y que había usado su madre la última Navidad en que la pasaron juntos.
Se dieron un gran abrazo y el Dr. Moreno le susurró al oído:
«Gracias Sra. Maestra por creer tanto en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que con amor y esfuerzo, uno puede hacer la diferencia».
La Sra. Quinteros con lágrimas en los ojos, tomó aire y le dijo:
“Facundo, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí… sin dudas yo pude gracias a tí hacer la diferencia. No tenía muy en claro cómo habría que educar hasta que te conocí a tí».
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No importa si eres estudiante, docente o profesiónal, no importa donde vives, con quienes estés o de donde vienes o a donde vas, siempre tendrás la oportunidad de hacer algo de corazón por alguien, y créeme, retornará siempre a tí, aunque no lo quieras y cómo casi siempre pasa, de la mejor manera.