El padre y el hijo.

En un pueblo de la provincia de Izumo vivía un campesino tan pobre que cada vez que su mujer daba a luz un hijo, lo arrojaba al río.
Seis veces renovó el sacrificio. Al séptimo alumbramiento, consideróse ya suficientemente rico como para conservar al niño y educarlo.
Poco a poco, con gran sorpresa suya, fue encariñándose con el pequeño.
Una noche de verano encaminóse a su jardín con el infante en brazos. Este tenía cinco meses. La noche, iluminada por una luna inmensa, era tan resplandeciente que el campesino exclamó:
-¡Ah, qué noche tan maravillosamente hermosa!
Entonces el niño, mirándolo fijamente y expresándose como persona mayor, dijo:
-¡Oh, padre, la última vez que me arrojaste al agua, la noche era tan hermosa como ésta, y la luna nos miraba como ahora…!

 

 Lafcadio Hearn

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Patrick Lafcadio Hearn (Santa Maura, isla de Léucade , mar Jónico, Grecia; 27 de junio de 1850-Tokio, 26 de septiembre de 1904) fue un periodista, traductor, orientalista y escritor grecoirlandés que dio a conocer la cultura japonesa en Occidente.

Cuando el futuro escritor tenía seis años su familia se trasladó a Dublín, donde Charles dejó a su mujer y a su hijo al ser destinado a las Indias Occidentales; pero la mujer, antes de volver a su país, confió a su hijo a una tía paterna que vivía en Gales, muy deseosa de que cursara carrera eclesiástica, por lo cual le hizo estudiar en varias escuelas parroquiales; sus padres, en fin, se desentendieron de él y sufrió una infancia bastante triste y solitaria; es más, perdió en un accidente el ojo izquierdo y quedó tuerto, lo que le confirió además un intenso complejo de inferioridad motivado también por su gran miopía; esta es la causa por la cual aparece en sus fotografías sin monóculo, de lado o con los ojos cerrados.

Estudió, aparte de en Inglaterra e Irlanda, también en Francia, de cuyo idioma, así como del español, traducirá algunos textos.

En 1869 marchó a Nueva York, donde se ganó la vida trabajando en los restaurantes. Luego, en Cincinnati (Ohio), trabajó como corrector de pruebas y consiguió ingresar como redactor del The Cincinnati Enquirer en 1873.

Sus artículos sobre el mundo marginal de la ciudad resultaron muy entretenidos y muy pronto le nombraron cronista; pero sus relaciones íntimas con una mulata, Alethea («Mattie») Foley, provocaron un escándalo tal que le echaron. Le admitieron en el periódico rival de esa misma ciudad, The Commercial; sin embargo le despidieron también en 1877; tras siete meses de privaciones se marchó a Nueva Orleans y pudo entrar en el periódico de esta ciudad; se interesa por el vudú, la historia, la cocina y los barrios bajos del lugar y escribe famosos artículos al respecto; ya en 1881 empezó a trabajar con buen sueldo en The Times Democrat, para el que escribió artículos de fondo y sueltos en los números dominicales, donde también publicó traducciones del francés y el español en un pulido estilo literario: de hecho, se considera que Lafcadio Hearn es el único estilista en esa época de los Estados Unidos.

Absolutamente harto de la mentalidad y costumbres norteamericanas, en 1890 marchó a Japón para escribir allí otra serie de artículos destinada también a The Harper’s Magazine. Pero, poco después de su llegada a Yokohama, rompió sus relaciones con este periódico irritado por la tiranía de los editores y, con el apoyo del profesor Basil Hall Chamberlain, de la Universidad de Tokio, se dedicó a la enseñanza.

Visiones del Japón menos conocido (1894) fue el primero de doce excelentes volúmenes que escribió sobre Japón, cuya lengua nunca llegó a dominar completamente.

Se casó con Setsuko Koizumi, perteneciente a una buena familia japonesa de samuráis; juntos tuvieron cuatro hijos y junto a ella consiguió la estabilidad que había estado buscando en sus viajes. Ella le contó los interesantes cuentos tradicionales de espectros y aparecidos que aprovechó para escribir sus relatos de fantasmas orientales; su dominio de la lengua local era imperfecto y su esposa ignoraba el inglés, pero ambos podían comunicarse en un japonés rudimentario.

Consiguió un empleo de profesor de inglés en Matsue (Shimane); a fin de resolver las cuestiones legales planteadas por su matrimonio, se hizo súbdito japonés en 1895, se convirtió al Budismo y asumió el nombre de Koizumi Yakumo, con lo cual su sueldo pasó a ser muy inferior al de los extranjeros no naturalizados.

En 1894 abandonó la enseñanza y obtuvo el puesto de redactor jefe de The Cronicle, un periódico en inglés de la ciudad portuaria de Kōbe; finalmente, el profesor Chamberlain le obtuvo la cátedra de literatura inglesa de la Universidad de Tokio, donde enseñó hasta 1903 e impartió unas lecciones que fueron publicadas de forma póstuma.

Su última obra es un agudo sumario de los conocimientos que Hearn llegó a reunir sobre su país adoptivo: Japón. Ensayo de interpretación.

Su labor resulta aún muy valiosa para la comprensión del mundo y de la civilización orientales, y destacó también como un excelente narrador de cuentos de fantasmas; entre las diversas colecciones en que reunió estos relatos, destaca en especial Kwaidan, que fue además llevada al cine.

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Instrucciones para subir una escalera al revés.

En un lugar de la bibliografía del que no quiero acordarme, se explicó alguna vez que hay escaleras para subir y escaleras para bajar; lo que no se dijo entonces es que también puede haber escaleras para ir hacia atrás.

Los usuarios de estos útiles artefactos comprenderán, sin excesivo esfuerzo, que cualquier escalera va hacia atrás si uno la sube de espaldas, pero lo que en esos casos está por verse es el resultado de tan insólito proceso.

Hágase la prueba con cualquier escalera exterior.

Vencido el primer sentimiento de incomodidad e incluso de vértigo, se descubrirá a cada peldaño un nuevo ámbito que, si bien forma parte del ámbito del peldaño precedente, al mismo tiempo lo corrige, lo critica y lo ensancha.

Piénsese que muy poco antes, la última vez que se había trepado en la forma usual por esa escalera, el mundo de atrás quedaba abolido por la escalera misma, su hipnótica sucesión de peldaños; en cambio, bastará subirla de espaldas para que un horizonte limitado al comienzo por la tapia del jardín, salte ahora hasta el campito de los Peñaloza, abarque luego el molino de la Turca, estalle en los álamos del cementerio y, con un poco de suerte, llegue hasta el horizonte de verdad, el de la definición que nos enseñaba la señorita de tercer grado.

¿Y el cielo? ¿Y las nubes? Cuéntelas cuando esté en lo más alto, bébase el cielo que le cae en plena cara desde su inmenso embudo.

A lo mejor después, cuando gire en redondo y entre en el piso alto de su casa, en su vida doméstica y diaria, comprenderá que también allí había que mirar muchas cosas en esa forma, que también en una boca, un amor, una novela, había que subir hacia atrás.

Pero tenga cuidado, es fácil tropezar y caerse.

Hay cosas que sólo se dejan ver mientras se sube hacia atrás y otras que no quieren, que tienen miedo de ese ascenso que las obliga a desnudarse tanto; obstinadas en su nivel y en su máscara se vengan cruelmente del que sube de espaldas para ver lo otro, el campito de los Peñaloza o los álamos del cementerio.

Cuidado con esa silla; cuidado con esa mujer.

Julio Cortazar
Historias de Cronopios y de Famas.

Soneto 126 de Lope de Vega.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega. Soneto 126.

 

La pintura es de Leonid Afrémov, nacido en Vitebsk en 1955.
Un pintor bielorruso con nacionalidad israelí.

 

Crónica de una amistad condenada.

A Gabriel García Márquez lo conocí en una librería de Cuba en el 1979. Tan pronto entré por la puerta lo vi al fondo, curioseando en el anaquel de novelas de caballerías. Mi primer impulso fue acercarme a saludarlo, pero en esa época yo no sabía hablar con gente famosa. Además, recordé una anécdota del propio García Márquez: cuando joven observó a Julio Cortázar en un café de París, pero no se atrevió a hablarle. También recordé haber leído que a García Márquez le gustaba Cuba porque caminaba por las calles sin que le pidieran autógrafos ni lo molestaran. Por tanto, observé durante unos minutos el famoso bigote, el pelo rizado, la guayabera… y me di por satisfecho. Me fui a curiosear al anaquel de novelas francesas.

Transcurrió más de una hora. Feliz porque había encontrado novelas de Hugo y Daudet, le pregunté al cajero dónde estaban las novelas egipcias. García Márquez se volteó de pronto y me miró fijamente, sin disimulo.

-¿Autor? -preguntó el cajero.

-¿Tienes la novela ‘El espejismo’, de Mahfuz? -contesté.

Al escucharme por segunda vez, García Márquez, con cuatro novelas de caballerías en las manos, vino hacia mí y me preguntó:

-¿Tu acento es puertorriqueño?

-Sí.

-Ah, qué suerte. ¿Tienes unos minutos?

-Claro -contesté.

-Tu país me apabulla -dijo García Márquez irritado, en voz baja-. ¿Sabes quién soy?

-Por supuesto, ‘Cien años de soledad’ me gustó bastante.

-Gracias -dijo-, pero ése es el problema. Quiero asombrar a los lectores, dejarlos con la boca abierta. ¿Entiendes? He tenido cierto éxito. Los críticos le han puesto nombre a lo que hago: realismo mágico. Pero ustedes me dejan pequeño. Mis libros nunca se venderán en Puerto Rico.

-Se venden bien… -intenté aclarar.

-No, no podrán venderse bien -me interrumpió- porque nada sorprende a un puertorriqueño. Hace unos meses leí una historia de tu país. Decía que en el 1898 ustedes recibieron a los gringos con aplausos y limonadas. Es obvio que los historiadores de Puerto Rico inventaron el realismo mágico mucho antes que yo. Me han invitado a dar conferencias en San Juan, pero ¿cómo puedo asombrar a un público boricua?

-Tal vez puedo ayudarte.

-¿Cómo? Los historiadores se han inventado una mentira insuperable. ¿Qué país recibe con limonadas a un invasor?

-Ahora mismo no se me ocurre nada, pero déjame pensar -dije.

Intercambiamos direcciones y números de teléfonos, nos dimos la mano y nos despedimos. Ese día comenzó una larga amistad.

Cuatro años después, en el 1983, publiqué mi cuento ‘Seva’. Se lo envié a García Márquez con una nota: “Aclarada científicamente la mentira de los historiadores. Ya los puertorriqueños no se creen el cuento de que recibimos a los invasores con limonadas. Puedes venir a dar conferencias”.

García Márquez me llamó por teléfono unos días después. Con voz ansiosa, me dijo que le urgía hablarme en persona. Dos semanas más tarde nos reunimos en Madrid, en la Casa del Libro, frente al anaquel de novelas bizantinas. Nos fuimos a un café de la Gran Vía:

-Gracias, Luis, tu libro me ayudó mucho -dijo García Márquez, nervioso-. Pero he hablado con unos puertorriqueños en Barcelona. Me han contado sobre una alcaldesa de San Juan que compró varios aviones llenos de nieve en Estados Unidos. Luego la tiró sobre los niñitos que esperaban en un parque de San Juan. Lloraron mucho porque el calor derritió la nieve mientras descendía y recibieron un descomunal baño de agua. El parque se convirtió en un lodazal. ¿Es posible esta locura en un país tropical?

-Ocurrió -admití avergonzado.

-Entonces ¿cómo quieres que visite Puerto Rico? El año pasado me dieron el Premio Nobel, ¿lo sabías?

-Por supuesto. Salió en todos los periódicos.

-Ahora esperan más de mí, ¿comprendes? Te agradezco que hayas escrito ese libro para ayudarme, pero ¿cómo puedo superar a esa alcaldesa? En el resto del mundo mis libros asombran, pero en Puerto Rico se burlarían de mí.

Guardé silencio porque García Márquez estaba muy alterado. Le compré un chocolate con churros y cambié el tema. Dos horas después, nos despedimos.

La última vez que me reuní con García Márquez fue en el 2005. Desde México envió su avión privado para recogerme en San Juan. Al otro día tomábamos tequila en un restaurante mexicano.

-Luis -me dijo-, no te escribiré ni te llamaré más. No tendré nada que ver con Puerto Rico. Quise decírtelo en persona.

-¿Por qué? -exclamé adolorido.

-Me siguen llegando invitaciones de tu país. Cada una es una puñalada. Dime la verdad, sin eufemismos: ¿es cierto lo de un tal Rosselló?

-¿A qué te refieres? -pregunté abrumado.

-¿Es cierto que fue gobernador durante ocho años y que transformó el gobierno en una máquina de robar? ¿Es verdad que la mitad de su gabinete está preso, al igual que decenas de ayudantes, amigos y funcionarios de todas las categorías? ¿Es cierto que todos robaban?

-Es cierto -dije en voz muy baja.

-Entonces ¿cómo es que lo postularon nuevamente para gobernador y sólo perdió por dos mil votos? -exclamó alterado.

-No sé qué decirte -bajé la cabeza.

-¡Puerto Rico me desespera, Luis! Me deja impotente. En mi novela ‘El otoño del patriarca’ pensé que había descrito a un dictador excéntrico, narcisista, loco e insuperable… pero este señor me deja pequeñito, me ridiculiza frente a tu país. ¿Es cierto que se ha proclamado El Mesías?

-Es cierto, Gabo, pero en Puerto Rico tenemos varios mesías.

-¿Varios? ¿Varios?

Irritado, con los ojos enrojecidos, García Márquez se puso de pie y golpeó la mesa con el puño.

-¡Basta! -exclamó-. Te aprecio, Luis, has sido un buen amigo, pero ya no tendré nada que ver con Puerto Rico. Ustedes humillan mi literatura. Desde hoy en adelante tu patria no existe para mí.

El gran escritor se fue sin darme la mano. Nunca volvió a llamarme por teléfono ni a escribirme.

Hoy recuerdo nuestras largas conversaciones sobre literatura francesa y novelas de caballerías con nostalgia dolorosa. A veces tengo la esperanza de que mi famoso ex amigo recapacite y vuelva a llamarme por teléfono o a enviarme su avión privado para reunirnos en Madrid, París, Bogotá o México, como en los buenos tiempos. Pero cada vez que abro un periódico de mi país reconozco la dura realidad de que mi amistad con Gabriel García Márquez nació condenada.

 

Luis López Nieves ( escritor y catedrático puertorriqueño )

Momentos

– Dime, querube,
¿ eres andino ?
– Mi buen amigo,
soy argentino.

– Bien te comprendo,
conciudadano,
mas te pregunto :
¿ eres cuyano ?

– Yo sus deseos
bien adivino
y le contesto :
¡ soy argentino !

– En explicarme
pondré mi empeño;
dime, pues, niño :
¿ eres porteño

patagonés,
santafesino,
catamarqueño
o mendocino ?

¿ Ves ? mi pregunta
sólo consiste
es saber fijo
donde naciste.

– Bien mi respuesta
ha usted oído
y en cualquier sitio
que haya nacido,

sea en las pampas
do fulge el oro
de las espigas,
como tesoro;

o en los parrales
sanrafaelinos
de dulces uvas
y fuertes vinos;

entre las viñas,
en manzanares,
en los ingenios,
entre azahares;

en nuestro océano,
en escolleras,
o en las magníficas
mis cordilleras;

en norte cálido,
en sur helado,
en huertos pródigos,
o en desolado…

un solo nombre,
– libre y divino –
tiene mi patria :
¡ Soy argentino !


Carlos Rosario Púrpora (1948)
Hermano de mi amado abuelo Carmelo.

Etcétera

Era imperiosa la hora de llegar a casa e ir derecho al diccionario, creía ya saber perfectamente el significado, sin embargo tenía que encontrar alguno más que pudiera despejar sus tristes pensamientos…
Primero encontró:
«Expresión usada para sustituir el resto de una enumeración que se sobreentiende gracias a una progresión lógica o al contexto, por lo cual sería superfluo continuar con la misma».
No le hizo mucha gracia ir confirmando sus sospechas, pero al seguir buscando no pudo más que sentirse mucho peor:
«del latín «et cetera», literalmente significa <y lo demas>»
Empezaba a sentir que el mundo se venía abajo, no conseguía pensar racionalmente y nada le parecía lógico. Una última definición terminó por dinamitar sus pensamientos:
«Voz usada para acortar la relación o enumeración de una serie de cosas que se omiten porque no parece necesario seguir mencionándolas.»
Volvió entonces, como última alternativa, a repasar mentalmente los dichos de su jefe esa misma mañana, donde con motivo de la inauguración del gran proyecto, donde él había dejado horas, días, noches, brindaba un emotivo discurso a los cientos de directivos y empleados:
«… y no tengo más que elogios y agradecimiento para Fernández, Torres, etcétera, que con la capacidad, dedicación y empeño que han demostrado en este proyecto lograron un magnífico producto que va a ser sin ninguna duda un orgullo para la empresa…»
No había dudas, fue en ese instante cuando realmente terminó de comprender el verdadero significado de aquella palabra, el exacto y doble sentido de cada una de sus letras y las penosas sombras que cada una de ellas proyectaba.
Es que así es mi querido lector, la vida de él, como la mía y porqué no también la suya, siempre va a estar repleta no sólo de alegrías y éxitos, también habrá dudas, penas, inquietudes, sinsabores, tribulaciones, «etcétera».
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Daniel Calcagni

El pastor mentiroso.

En realidad la versión oficial es la correcta. El pastor solía alarmar a los vecinos gritando que venía un lobo para matarse después de risa diciendo:

-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡No hay ningún lobo! Era una broma.


Un día no fue broma. Un lobo apareció y cuando el pastor dio la alarma los vecinos exclamaron:

-Qué va. Debe ser otra de sus chanzas- y nadie vino en su auxilio y el lobo se comió todas las ovejas.


Arrepentido, el pastor pidió perdón a Dios e ingresó en una iglesia evangélica llegando con los años a recibirse de Pastor. Pero su fama no lo abandonó. Los feligreses lo seguían llamando el Pastor mentiroso y bastó que dijera en su primer sermón desde el púlpito:

«Dios existe» para que todos salieran ateos de la iglesia.


Dios, desde el cielo, se dijo:

-Yo mío, ¿qué hago con este pelotudo? Uno de sus asesores sugirió: -Un diluvio tal vez.
Dios sonrió y dijo:

-Apenas me creen el otro.

-Algo parecido a Sodoma y Gomorra tal vez. Dios volvió a sonreír y dijo: -Habeas corpus.

Cualquier cosa decía Dios a veces. Por fin decidió mandar un Angel.
El Angel se presentó ante el Pastor y le dijo: -Vengo de parte de Dios.
El Pastor lo miró y le preguntó:

-Pero ¿Dios existe? ¿En serio existe? Porque en el pueblo andan diciendo que no existe.

-No sólo existe -contestó el Angel- sino que os manda a decir que vengáis al pueblo, casa por casa, y pregonéis la noticia de que Dios no existe.

El Pastor lo hizo. Golpeó cada puerta v dijo: -Dios no existe.

-¿Quién lo dijo?

-Dios -contestaba el muy pelotudo.

Entonces el Angel decidió dar a esos incrédulos una lección.

-Vamos juntos -dijo el Angel.

A la primera puerta que golpearon los atendió una mujer:
-¿Qué deseáis?


El Pastor dijo:

-Traje conmigo un ángel enviado por Dios.

La noticia corrió de boca en boca. El Pastor mentiroso había traído a un Demonio enviado por Lucifer, por lo tanto era evidente que Dios no existía, pero sí el Demonio.
La primeras misas negras se organizaron en la plaza del pueblo. Se erigió una estatua a Lucifer. Las santerías empezaron a vender barritas de azufre y estampitas con la efigie del Diablo.

En las escuelas se enseñaba que las virtudes eran malas y que los pecados eran buenos y entre estos pecados la mentira era el más preciado.

Al Pastor mentiroso se lo nombró Obispo y se construyó para él una basílica. La maldad generó el progreso. Para defender la guerra se inventó la paz, para incentivar el sexo se inventó la prohibición, Para que pudiera haber ladrones se inventó la propiedad privada, para que existiera la soberbia se inventó la humildad, para que persistiera el caos se instauró el orden, para que existieran los dictadores se inventó la democracia, para resaltar el odio se generó el amor, para preservar la injusticia se creó la justicia y para justificar al Demonio se inventó a Dios.

El Angel retornó al Cielo y se presentó al Creador.

-Misión cumplida -le dijo, y el Señor se regocijó con él.

 


Dalmiro Saenz – Cuentos para niños pornográficos (1994)