Otro increíble amanecer frente a sus ojos; ya podía sentir el tibio sol, imaginar los vivos colores que pintaban el paisaje, escuchar el continuo baile de las olas, percibir esa cálida brisa de primavera que aseguraba uno de esos días para nunca olvidar.
Y como siempre, ahí estaba… ese amor inconmensurable que había nacido sólo al escucharla, un amor que inundaba todo su ser de tal manera que sus pensamientos tenían el sabor de nunca dejar de amarla. Todos sus sueños le decían que había nacido para él, el pasar de los días, muy a pesar le iban sugiriendo lo contrario.
Ese beso en la mejilla era su más preciado tesoro, ése que su mente, cómo su corazón, habían reconocido como sello de un sentimiento inigualable.
Resignado a saber que a su lado nunca estaría, ahora solo quería imaginarla tal cual era, que todos esos sueños pudieran llevar su rostro, tantos deseos tuvieran su figura, y aunque sea por una única vez, ese amor sublime pudiera contener en su interior esa imagen, ésa… que sus ojos jamás podrían ver.
Daniel Calcagni.