Si supieras…

Otro increíble amanecer frente a sus ojos; ya podía sentir el tibio sol, imaginar los vivos colores que pintaban el paisaje, escuchar el continuo baile de las olas, percibir esa cálida brisa de primavera que aseguraba uno de esos días para nunca olvidar.

Y como siempre, ahí estaba… ese amor inconmensurable que había nacido sólo al escucharla, un amor que inundaba todo su ser de tal manera que sus pensamientos tenían el sabor de nunca dejar de amarla. Todos sus sueños le decían que había nacido para él, el pasar de los días, muy a pesar le iban sugiriendo lo contrario.

Ese beso en la mejilla era su más preciado tesoro, ése que su mente, cómo su corazón, habían reconocido como sello de un sentimiento inigualable.

Resignado a saber que a su lado nunca estaría, ahora solo quería imaginarla tal cual era, que todos esos sueños pudieran llevar su rostro, tantos deseos tuvieran su figura, y aunque sea por una única vez, ese amor sublime pudiera contener en su interior esa imagen, ésa… que sus ojos jamás podrían ver.

Daniel Calcagni.

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Él.

Todo pareciera converger siempre en una misma historia.
El futuro había llegado, los científicos controlados por las grandes corporaciones lograron tener a su alcance una tecnología que permitía un implante neuronal en los bebés que nacían destiados a la clase sometida, también llamada como los «works», que evolucionaba a medida que el niño iba creciendo y generaba una sensación de malestar, casi de dolor, al intentar tomar conocimientos.
Tal era la concepción de esta siniestra invención, que si el niño no aprendía hablar rápidamente, prácticamente a los 10 años de edad ya era prácticamente imposible aprender algo nuevo. Más vale que de esta manera la clase capitalista que dominaba el mundo descansaba tranquila al saber que las sociedades estaban compuestas en su mayoría por humanos con sólo las luces necesarias para cumplir apenas con aquellos trabajos que requerían sólo tareas de esfuerzo.
Si embargo hubo hace unos años un niño al cual por alguna extraña razón ese implante no tuvo efecto, por lo tanto, valiéndose del descuido de la clase pudiente y dominadora, y a la complicidad de un pequeño grupo de científicos que se habían mantenido al margen de dicha e injusta casta social, logró estudiar, y gracias a su particular genialidad, pudo descubrir una droga que neutralizaba el efecto del malicioso implante y recuperaba en las personas las ansias de aprender y poder ser entonces mucho más felices y capaces.
Gracias a él la historia tendría a partir de esos días nuevamente un gran giro social.
Inocentemente su madre al nacer le había puesto como nombre Jesús…
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Daniel Calcagni

Una flor.

Un instantáneo impulso por hacerme de esa flor, hermosa y radiante, me llevó a cruzar la calle y muy delicadamente tomarla en mis manos. Su increíble aroma me hizo sentir que esta inusual reacción tendría un motivo y si bien no lo conocía, algo me decía que era importante.

Fue raro, porque desde ese momento comencé a notar que todo mi alrededor se convertía en cómplice de mi alocado sentimiento, y opté por caminar sin destino, buscando señales y poniendo todos mis sentidos en la difícil tarea de no perder ni el más pequeño detalle.

Por momentos sentía que éste no era más que uno de esos tontos juegos que, a mis años, sólo lograban hacerme sentirme ridículo e infantil, pero mi presentimiento me hacía seguir adelante y fue así que me vi frente a la más hermosa plaza de mi ciudad, por lo que decidí hacer un último intento en recorrerla.

Y la encontré a ella, sentada sola en un banco, con sus ojos armados en lágrimas, sintiendo frío a pesar que los últimos rayos del sol de la tarde le pedían permiso para pasar a través de sus claros cabellos. Me acerqué sin saber bien porque y sin poder emitir sonido alguno, simplemente me nació extenderle mis manos ofreciéndole la flor.

Una mezcla de grito y llanto hicieron que se levantara y me abrace como si nos conociéramos de siempre; no dejaba de repetir «cuanto te extraño, cuanto te extraño…»

Mas calmada, luego de unos instantes, me contaba que esas flores eran las que su amado novio, recién fallecido, le solía regalar y que en sus últimos momentos no hizo más que prometerle amor eterno.

Yo esa noche no dormí, no pude borrar de mi mente a esa niña, pero si pude guardar ese día para siempre en mi corazón y aprendí, por sobre todas las cosas, que las promesas de amor generan una energía inconmensurable.

Daniel Calcagni.

 

Capitán !!! Capitán !!!

– Capitán !!! Capitán !!!

Se oyó fuertemente por encima del trinar de los pájaros.

– Capitán !!! Y ahora que hacemos? El enemigo se está acercando !!!

Gritos que llevaban tanto un tono de desesperación como de angustia.

Invitado de casualidad en tal inesperada situación no pude más que concentrar toda mi atención hacia donde provenían semejantes voces. Y me sorprendió ver a un ágil y muy joven personaje trepando raudamente al lugar mas alto al cual podía alcanzar, y mirando al horizonte con ojos colmados de estrategias, con voz fuerte y clara, le respondió a su oficial:

– No os preocupéis !!! Me tienen a mí y no dejaré que nada les pase !!!

Y buscando dentro de sus limitadas posibilidades, quizás debido a la rapidez con la que debería actuar, encontró dentro de su coloreada mochila, la última de sus galletas preferidas y sin pensarlo mucho, y a pesar de estar preservándola para una segura mejor ocasión, la arrojó en dirección al recorrido en el que el feroz enemigo y a pasos agigantados venía acercándose vaya a saberse con que siniestras intenciones.

Todo sucedió rápida y terminantemente.

El que era a mi parecer un tierno y cariñoso perrito, que muy rápidamente se acercaba a los chicos con el simple fin de continuar con el inocente juego, se detuvo abruptamente a deleitarse con tan sabroso trofeo.

Se escuchó entonces al valiente Capitán:

– Quedaos tranquilos !!! Hemos neutralizado al enemigo !!!

Instantes después, ambos niños, probablemente hermanitos, con la fiel mascota abandonaban la plaza donde habían entablado semejante y cruel batalla, llevando a sus espaldas el seguro convencimiento que una vez más habrían salvado al mundo de las garras del más temible enemigo; yo en cambio quedaba maravillado de todo lo que significa ser niño y con una clara y pesada angustia de saberme tan lejos de esos días, ésos donde todo era… tan sencillamente posible.

El nudo en la sábana.

En una junta de padres de familia de cierta escuela, la Directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres de la comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicarle a sus hijos, entenderlos y acompañarlos en su niñez.

Sin embargo, la directora se sorprendió mucho cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo y cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto.
Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia y que lo lamentaba cada día de su vida pero no encontraba otra manera de hacerlo.
Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia, él hacía un nudo en la punta de la sábana. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo.
Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos.

La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese señor, era uno de los mejores alumnos de la escuela.

El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse con otros. Aquél padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo.

Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que olvidamos lo principal que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquél hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.

Es válido que nos preocupemos por las personas pero es más importante que ellas lo sepan y que puedan sentirlo. Para que exista la comunicación, es necesario que las personas “escuchen” el lenguaje de nuestro corazón, pues, en materia de afecto, los sentimientos siempre hablan más alto que las palabras.

Es por ese motivo que un beso, revestido del más puro afecto, cura el dolor de cabeza, el raspón en la rodilla y el miedo a la oscuridad.

«Vive de tal manera, que cuando tus hijos piensen en justicia, cariño, amor e integridad, piensen en ti.»

 

Los nadies.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

 

Eduardo Galeano.
Del libro de los abrazos.