En lo alto de una pequeña montaña que dividía a un pueblito del resto del mundo, vivía un anciano, muy sabio y solitario, cuya única y fiel compañía era su inseparable perro.
Solía tener la costumbre de bajar al pueblo y pasar horas meditando en una vieja glorieta construída en madera a las orillas del pequeño río que lo cruzaba. Hasta su viejo y fiel acompañante parecía tener comprado un placentero lugar en la vieja glorieta, apenas donde terminaba la ruidosa escalera pasaba echado por horas aprovechando el cálido sol de las largas tardes de primavera.
Muchas personas del pueblo se juntaban al pie de aquella vieja construcción y aprovechando la sabiduría del muy accesible y tierno anciano, les contaban sus dudas, temores y conflictos esperando alguna respuesta que los aconseje o al menos unas palabras de aliento que les permitiera ver sus problemas desde algún otro punto de vista.
En alguno de esos días, quien era uno de sus siempre seguidores, se animó a realizarle las siguientes preguntas:
– ¿Por qué cada vez que nos acercamos a usted, su perro, que siempre está tirado a su lado, gruñe fuertemente con clara amenaza y como advirtiéndonos de no seguir avanzando?
¿Es que no puedes aceptar que nosotros estemos junto a ti?
¿Te sientes muy diferente a nosotros y este perro esta entrenado para ahuyentar a los que queremos tenerte mas cerca?
Con una gran sonrisa, algo alvergonzado por las preguntas y con un tono de voz como pidiendo disculpas, el anciano les dijo:
– No !!! Vosotros habéis construido esta tarima, y cuando pisan en ese primer escalón, un pequeño clavo mal puesto sobresale un poco más, justo en donde siempre se echa mi perro y toca su pata. Es por éso que el perro gruñe, algo le debe doler pobre.
– Pero entonces, si le duele porque no se corre, por qué no cambia y se echa en otro lugar? – con singular convencimiento le hacen el comentario.
– No !!! No es tan así. Es que le duele como para quejarse un poco, pero no lo suficiente como para tener que salir de allí. – con gran sabiduría responde el viejo.
(dc)
Fue mi intención con esta historia cuestionar la «muchas veces» propia y rutinaria manera de vivir. Cuántas veces inocentemente soportamos pequeños «dolores» o sentidas «molestias», pero que creemos que no son de la suficiente magnitud como para cambiar el modo de vida o bien el lugar en donde nos encontramos muy acostumbrados en permanecer.
No necesariamente el simple hecho de sentirnos incómodos en un lugar o en alguna situación nos impulsa a iniciar un proceso de cambios, muchas veces los miedos o las inseguridades nos juegan muy en contra respecto a lo mejor que podríamos hacer.
¿Estás cómodo viviendo tu vida?
¿Hay molestias pero se soportan bien?
¿Duele mucho, pero da terror cambiar?
Que difícil que lo es todo, no es cierto?
Nadie nos dijo que vivir sea sencillo, ni que siempre van a existir respuestas a todas nuestras preguntas…
Pero de lo que sí estoy muy seguro, es que mientras más podamos conocernos, entendernos y aceptarnos, en mejor situación estaremos de lograr encontrar al menos las respuestas que nos den esa tranquilidad, esa paz, ese equilibrio emocional al cual siempre hago referencia y que tanto bien nos hace.
Tú mismo descubre tu verdad.