Hoy desperté con ganas de leerlo, de sentirme potenciado en mis creencias y acompañado en mi pensar. Sus escritos logran exactamente éso…
Mi querido Eduardo Galeano consideraba que hay dolores evitables y dolores inevitables, y, precisamente por esta dualidad de dolores, hay motivos para la esperanza. Él decía que había aprendido, más bien a los golpes, a distinguir los dolores evitables de los inevitables y que los dolores nacen de la pasión humana.
«El amor que pasa y la muerte que pisa, son los dolores que nada, joderse, pero hay muchos otros dolores evitables que el sistema multiplica.»
El siempre decía que no solamente nos cobran el impuesto al valor agregado, sino también el impuesto al dolor agregado. Cómo si fueran pocos los dolores inevitables de la condición humana el sistema te agrega otros y entonces surgen los dolores evitables.
«Cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños; éste es un dolor evitable, si será evitable que cada minuto este mismo mundo gasta tres millones de dólares en gastos militares, en la industria de la muerte, entonces, bueno, a ver, ¿es evitable o es inevitable? ¿estamos condenados a trabajar para el exterminio del prójimo? ¿o es el sistema el que nos prepara para hacer eso?
Porque si es una fatalidad del destino, bueno, apagá y vamos, como han hecho varios compañeros que han decidido más vale pasarla bien y olvidarse.»
Eduardo nos ha dejado no solo su conciencia crítica, sino, también la exigencia de la autocrítica. «También soy la suma de mis metidas de pata», siempre decía.
Nos ha dejado su compromiso con los nadies, compromiso que le obligó a exiliarse para salvar su vida de los dictadores de turno y oficio. Esos nadies de los que él habla son los silenciados, los ninguneados por el neoliberalismo capitalista, esto es, por la dictadura del mercado, que solo tiene en cuenta a los que tienen sus finanzas muy bien saneadas.
«Para ellos, si no tienes no eres, es decir, no existes. O, de otra forma, tener es existir.»
«Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres. Que algún mágico día llueva de nuevo la buena suerte, pero la buena suerte no llueve, ayer, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen cambiando de escoba.»
«Los nadies.
(los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos)
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la prensa roja de la crónica local.
Que cuestan menos que la bala que los mata.»
Ver el mundo desde el punto de vista de los excluidos por sistema dominante y el estar a su lado explica que el escritor de «El libro de los abrazos» haya hecho algo de vital importancia: la recuperación (con testimonios orales y fuentes escritas) de la memoria histórica sepultada, de la memoria colectiva olvidada y silenciada. De esta forma, ha logrado desenmascarar, poco a poco, la mentira de la llamada historia oficial que, en realidad, no es más que un museo de momias. Su defensa de los marginados, su opción por los de abajo junto con la calidad de su obra, son algo difícil de encontrar en otros autores.
«Me preguntan a mí, ¿usted es optimista? Depende de la hora a la que me agarrás. Yo no creo en los optimistas full time, esas sonrisas de oreja a oreja, que no importa, adelante, que todo va a estar bien, no es lo mío. Yo creo que la realidad es una mierda, pero también una maravilla, el mundo es las dos cosas. Estamos habitados por las vidas que vivimos y las experiencias que tuvimos, nuestras desdichas, nuestros amores, nuestros desamores, amigos, las esperanzas, las desesperanzas, las traiciones, ¡uf! Si habrá cosas dentro de uno. Estamos llenos de gente. Es decir, no estamos solos dice Galeano-, porque nuestras vidas están repletas de experiencias, positivas y negativas, como las de otros seres humanos, pero, además, gran parte de lo que somos tiene como causa nuestras propias decisiones o las de los demás que. queriéndolo o sin quererlo, a veces, nos implican para bien o para mal, pero, en todo caso, los dioses no tienen nada que ver con aquello de lo que nosotros somos responsables. Por lo tanto, tenemos libertad, pero también nuestra responsabilidad en lo que se refiere a nuestro devenir existencial o coexistencial, aunque, claro está, las circunstancias de cada uno hacen que se sea más libre o menos libre a la hora de tomar decisiones.»
«Yo escribo queriendo decir y decirme en un lenguaje sentipensante, certera palabra que me enseñaron los pescadores de la costa colombiana del mar Caribe, y por eso, justo por eso, no me gusta nada que me llamen intelectual. Siento que así me convierten en una cabeza sin cuerpo, situación por demás incómoda, y que me están divorciando la razón de la emoción. Se supone que el intelectual es capaz de entender, pero yo prefiero al capaz de comprender. Culto no es quien acumula conocimientos, porque entonces no habría nadie más culto que una computadora. Culto es quien sabe escuchar a los demás, escuchar las mil y una voces de la naturaleza de la que formamos parte. Para decir, escucho. Escribo en un viaje de ida y vuelta, recojo palabras que devuelvo, dichas a mi modo y manera, al mundo de donde vienen.»