Un gran descubrimiento.

Había podido terminar con los últimos detalles que le faltaban para dar por concluido el más genial de sus increíbles inventos. Con él no sólo se podrían detectar e interpretar uno por uno todos los recuerdos y sentimientos de una persona, sino que podrían ser extirpados o bien implantados una vez corregidos o programados.

Casi sin perder tiempo en el estudio de todos los posibles alcances de su genial invención, él mismo insistía en ser la primer persona con la que se harían las primeras prueba de funcionamiento y dar por fin como concedido su mayor deseo de alcanzar la felicidad que nunca había tenido. Él sostenía que sólo habría que sacar de su cabeza y para siempre,  todos esos recuerdos que le eran tan negativos y con ellos extirpar todos esos sentimientos de odio, rencor, vergüenza y tristeza con los cuales ya no podía seguir viviendo y que por otro lado lo habían inspirado para la tan novedosa creación.

Y así fue que lleno de electrodos por toda su cabeza y luego de una minuciosa parametrización del “sentianalizador de recuerdos”, luego de un par de minutos de ruidos extraños y unos sinnúmeros de imágenes muy raras que se iban solapando indescifrablemente en los monitores, un gran y colorido “done” apareció en la pantalla principal indicando la finalización del proceso.

Fue tal el silencio que se produjo entonces en la sala de ensayos, que no parecía que decenas de técnicos y profesionales aguardaban atónitos cualquier movimiento o sonido proveniente  de su líder inventor.

Independientemente que todos sus signos vitales, que estaban siendo rigurosamente monitoreados, mostraban una absoluta normalidad, sólo sus párpados presentaban movimiento al pestañar, aunque su expresión fue lentamente cambiando hasta culminar en varias y silenciosas lágrimas que humedecieron prácticamente todo su rostro.

Lentamente se pudo sentar sobre la camilla y mientras procuraban sacarles  los electrodos, sólo emitió tres muy simples palabras:

“No soy yo”

Y es que el impredecible ser que somos, ante la ausencia de los sentimientos que solemos llamar negativos, lo habían sumergido en una pesadilla tan llena de tristeza y oscuridad, que muy distante estaba de ese ideal de felicidad que se espera alcanzar con el ideado experimento.

Consecuencia de ello y del insaciable deseo de acabar con su vida, el grupo de científicos que secundaba al muy apreciado genio creador, decidió revertir el proceso y someterlo a una sesión de reimplantación en el cual pudiera volver a recuperar todos los sentimientos y recuerdos que habían sido fielmente respaldados en la sofisticada máquina.

Paradójicamente y una vez implantados todos esos tristes y dolorosos sentimientos que durante toda su vida había cosechado y que tan cansado y avergonzado estaba de poseer, pudo alcanzar una total felicidad, esa felicidad que alguna vez ya había sentido sin darse cuenta, ésa que de ahora en más no dejaría ni por un instante de valorar, ésa que había en carne propia descubierto que sola y aislada…  jamás podría existir.

 

Daniel Calcagni.

 

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